Nacionalizar el aeropuerto
La llegada a un país la da el aeropuerto. Puede ser acogedor o no, algo que da la impresión de estar en un país que tiene algo de propio y singular. Pero no hay nada más decepcionante que ir a un aeropuerto más aburrido que otro. El de Quito se parece a cualquiera de Canadá, a los buenos constructores que son los canadienses, les faltó un mínimo de imaginación. Y a los contratistas locales y al Municipio un mínimo, un elemental sentido de país, de abandonar la mentalidad que considera que lo bueno es lo del Primer Mundo anglosajón. Este de Quito es un aeropuerto de Norteamérica cualquiera, sin el menor encanto, un simple homenaje a lo cuadrado y al cemento armado. Y no es que no se les advirtió antes a los concernidos con las decisiones, sino que no hay la pasión por hacer las cosas con personalidad propias a nuestras culturas y búsqueda de innovación. Es la mayor decepción.
La gente se queja de los esfuerzos inevitables que hay que hacer al tener un aeropuerto ni siquiera fuera de la ciudad sino casi ya en la ciudad. Pues la ciudad ha crecido y tragado al campo, en esta tendencia nuestra de ciudades de campesinos y campo de citadinos ya tan fuertemente imbricados. No debe sorprendernos que dentro de poco construyamos un nuevo aeropuerto en Baeza.
Un aeropuerto nuevo era indispensable y lleva consigo las dificultades actuales para desplazarse. Pero fuera de los servicios indispensables que debe tener, que deben corresponder a las actuales necesidades y a una proyección de futuro de una ciudad geopolíticamente situada en la mitad del continente, el aeropuerto debe ser una construcción con personalidad. Debe ofrecer los servicios corrientes con la consiguiente personalidad del país, pues no se visita cualquier país.
La nueva administración municipal podrá, es lo deseable, intervenir para darle una nueva pinta interna, al menos con diseños en maderas que representen nuestras regiones en sus paredes. Es también ampliamente deseable que predomine la comida nacional y no sea la de Estados Unidos de Norteamérica o México que desplacen a la nacional. Se trata de una imagen nacional a mostrar en un espacio de circulación internacional. Sorprende que haya casi el monopolio de los restaurantes en una empresa que sigue la dinámica de integración a Estados Unidos y no la de afirmar y valorizar lo distintivo del Ecuador, cuanto más que nuestra cocina puede muy bien abrirse espacio en el ámbito internacional. Qué mejor que los viajeros puedan degustarla y convertirse en sus defensores.
Ecuador está en trance de promoverse como país turístico y con razón vende las particularidades nuestras de la naturaleza, felizmente de su gente acogedora, de sus ciudades con su herencia del pasado, y recién se promueve su plural y singular cocina. Ya es hora de que todo esto se concrete en los aeropuertos, empezando por el de Quito.