Columnista invitado
Hace poco tuve el honor de asistir a los matrimonios de Pamela Troya con Gabriela Correa y de Efraín Soria con Javier Benalcázar, cuyas demandas propiciaron las sentencias de la Corte Constitucional a través de las cuales se transformó el privilegio de unos en un derecho para todos. Fue muy conmovedor ver la ilusión con que estas parejas enfrentaban este nuevo reto, posibilidad que les había sido negada durante mucho tiempo. Fui testigo de dos hermosas celebraciones, llenas de amor y felicidad.
Algo que me llamó la atención fue la ausencia absoluta de detractores del matrimonio igualitario en ambos eventos. Luego de la virulencia que mostraron ciertos sectores homofóbicos frente a la aprobación del matrimonio igualitario, se hubiera esperado alguna muestra de rechazo, pero no hubo ninguna, lo que viene a fortalecer la tesis de que su legalización incide en la reducción de la homofobia en la sociedad.
Sin embargo, luego de algunos días y a propósito de estos eventos, volvió a surgir un debate que ya es recurrente en este ámbito: el de si las personas son gays por nacimiento o son las circunstancias socioambientales las que determinan su orientación sexual, o incluso, si es una enfermedad. El debate es candente y posiciones en uno u otro sentido van y vienen.
En la Universidad San Francisco de Quito, en la que tengo la suerte de ser profesor, pude presenciar un apasionado e interesante debate sobre el tema a través de su sistema de comunicación. Quien zanjó la discusión fue el Dr. Jaime Guevara, profesor de medicina y experto endocrinólogo, que aclaró que la orientación sexual de las personas está definida de manera definitiva al momento de su nacimiento porque así lo determina su sistema nervioso central y que, por ende, tampoco es una enfermedad. De tal manera, quien diga que ha sido “deshomosexualizado” miente.
El debate volvió a encenderse hace pocos días con la publicación de un exhaustivo estudio que concluyó que no existe un único “gen gay” que determine la homosexualidad, pero lo que olvidaron señalar algunos titulares tendenciosos es que en realidad existen varios genes que pueden relacionarse con la atracción hacia personas del mismo sexo.
Ahora bien, si lo que procuramos es tener una sociedad democrática en la que prime la protección de las libertades individuales, ¿es realmente importante saber si los gays nacen o se hacen? Desde una perspectiva de derechos humanos la respuesta es irrelevante porque si fuera lo segundo, sería una decisión que deberíamos respetar. La homofobia, en cambio, sí es un mal que deberíamos combatir porque quienes la padecen tienden a irrespetar los derechos de los demás, pero se pueden curar si dejan los prejuicios de lado y abrazan la razón en lugar de los dogmas. Los homofóbicos se hacen, pero pueden dejar de serlo.