Murió de viejo. Sí. Algo así como de 200 años. Infausta noticia. Las viudas de todos lados llorando por él, recorrerán el mundo engalanadas, seguramente hablando de su triste final. Muchos dólares invertidos en su reproducción. En proteger sus huevos y congelar su esperma. La esencia misma de la conciencia conservacionista: expertos, científicos, peritos. Todos viviendo de él, nuestra especie protegida favorita, digna de estampilla, de imagen de billete. Simpático. Lento. Y solitario. George.
Trucos. Trucos para limpiar nuestra conciencia. Para decirnos a nosotros mismos lo buenos que somos, lo amables con el mundo, lo preocupados por la naturaleza… palmaditas en la espalda y felicitaciones, ¡clap! ¡clap! ¡hicimos lo posible para proteger una especie! Mientras, por otro lado, gastamos todos los recursos petroleros a manos llenas, compramos todos los vehículos posibles, y todos los celulares porque uno no es suficiente, abrimos todas las carreteras posibles en medio de parques nacionales, llenamos de cemento todo diciendo que eso es progreso, negociamos minas a cielo abierto para obtener oro, dinero, dinerito, y nos frotamos las manos en señal de nuestra ambición.
¿Habrá sentido la misma conmoción el mundo, ese mundo que ahora llora a George, cuando, hace ya nueve años, mataron a una veintena de personas, mujeres y niños, de un clan taromenani en la selva del Yasuní? ¿Se le ocurre a alguien que esos hombres que se quedaron solos, tienen difícil la subsistencia y más difícil aún, la reproducción?
Igual que George, lo más seguro es que desaparezcan. Lástima que no morirán de viejos, ni de 200 años sino, probablemente, de hambre. Por los ríos donde pescan baja el agua contaminada, con todos nuestros desperdicios. Sus bosques son destruidos por la desesperación de encontrar en ellos maderas finas y cada vez hay menos animales en su selva. Donde están sus casas resulta que hay petróleo. Para colmo, sus tierras también sirven de guarida para maleantes, para prácticas de tiro, para campamentos clandestinos. Por encima de sus casas sobrevuelan helicópteros y avionetas, toda clase de ruidos ensordecedores que les impiden vivir en paz. En ellos no invertimos… aunque gastamos lo que sea hablando de ellos, viajando a foros internacionales y pidiendo al mundo una colecta para cuidar su casa.
Si quedan en el aislamiento, seguro morirán. Si se acercan a otros grupos, corren el riesgo de nuevos enfrentamientos violentos. Si intentan acercarse pacíficamente, en las condiciones actuales, seguramente se enfermarán y morirán pues, a su alrededor, no se ha hecho un cerco sanitario. No tienen escapatoria.La tienen difícil. Como no hay manera de guardar, conservar y cuidar la esperma de aquellos guerreros de la chonta, morirán en la soledad y en la indiferencia. Sin que nadie sepa, ni quiera saber, de su existencia.