Renacimiento: el ser humano asumido como principio y fin del mundo sociocultural. El pensamiento teocéntrico de la Edad Media: Dios como centro del universo pasó “al altar de los altares”. El genio de Miguel Ángel y su Capilla Sixtina, el de Rafael en el Vaticano… El muralismo renacentista se fusionó luego con el barroco, el rococó y otras tendencias.
El colonialismo incidió para que en nuestra América proliferara el muralismo religioso. Capitales virreinales y audienciales rebosaron de ellos. La capilla de Nuestra Señora de los Ángeles alberga el primer mural de Quito, 1632. Iglesias, conventos, capillas, palacios y palacetes continuaron con el empeño de exornar con murales sus espacios.
En el siglo XX el muralismo fue una de las manifestaciones simbólicas. Guayasamín trabajó el mural del Congreso Nacional: grito desgarrado de nuestro ser nacional. Otros murales de su genio: Universidad Central, Consejo Provincial; Aeropuerto de Barajas, Madrid; Sede de la Unesco, París…
Jaime Andrade Moscoso levantó en piedra uno de los más significativos murales de nuestra América (UCE). Durante seis años talló la historia de la humanidad. En su mural de madera y metales del IESS fusionó naturaleza e historia. El sol esplende, el agua lava las formas, las sombras las apacigua, el tiempo las perenniza: las nociones de su arte.
Varias ciudades lucen estupendos murales de Camilo Egas, Manuel Rendón Seminario, Araceli Gilbert, Segundo Espinel, Alfredo Palacio, Eduardo Kingman, Carlos Rodríguez, Eduardo Solá Franco, Jorge Swett, Estuardo Maldonado, Humberto Moré…
En la actualidad el grafiti está considerado arte-mural. Consciente de omitir nombres de otros valores, resalto los de Lady Pink, consagrada en Estados Unidos y Europa, y Apitatán, ese duende que hurga en la vida de los marginales. Legiones de ellos quedan absortos ante sus murales –anclados en la sabiduría popular–, piensan y ríen, y siguen su rumbo hacia ninguna parte, pero con renovadas ganas de vivir.