Es una ironía de la vida. Occidente se acerca a Oriente a través del movimiento interminable y perverso de capitales. El consumo de productos a ambos lados de las invisibles fronteras y la movilidad humana nos hace otros, ya no somos más lo que fuimos aunque quede la nostalgia imaginada de que los japoneses visten kimonos o los amazónicos cazan con cerbatana. Nada es ahora lo que fue. Es precisamente en esta bisagra en donde se fusionan las culturas y se borran los límites, donde se encuentra el escritor japonés Haruki Murakami (1949), uno de los fenómenos de la literatura mundial. Admirador y traductor al japonés de escritores estadounidenses –especialmente de R.Carver, J.Irving o F.S.Fitzgerald- y de ciertos rasgos occidentales, el escritor se mueve entre la vida materialista yupi y superficial y los horrores de la imaginación exacerbada. Sus creíbles personajes y sus situaciones finalmente resultan medio locas; sus novelas y cortos cuentos se desarrollan en paisajes psicológicos misteriosos, tristes, o llenos de rabia donde la obsesiva búsqueda del amor se vuelve casi un imposible. Estén en Tokyo o Nueva York, en los Andes o los Himalayas, la geografía les es indiferente, sus historias tienden a desorientar al lector, a enloquecerlo, a ponernos al filo de la navaja a través de un erotismo casi cruel, a desrracionalizarnos, a aprender a desaprender lo que creímos que una vez era y ahora no es más, a tomar contacto con lo inasible. Lo hace desde la banalidad de lo cotidiano de decenas de personajes bien perfilados.
Ahora leo “Crónica del pájaro que da cuerda al mundo” (1995). Tooru Okada, joven oficinista en un buró de abogados, ha dejado su trabajo. Le envuelve el aburrimiento, no es más una persona, porque, tal como lo hemos prescrito, eres según lo que haces. Hasta que un día recibe una extraña llamada de una anónima mujer que le llevará por las historias más increíbles y anormales en cuyos intersticios se van advirtiendo los conflictos de personaje principal. Algunos “paréntesis” o desvaríos de la historia central nos conducen a rememorar la guerra chino-japonesa a través del teniente Mayima, contada en detalle, casi como que fuese a comenzar otra novela’ y esta se diluye en la de ahora.
La crítica se divide radicalmente, desde aquellos que creen que “Tokio Blues”, “Al sur de la frontera al oeste del sol” y tantos otros, si bien se resuelven de manera similar, han sido obras revolucionarias, únicas en incorporar la música a la novela y presentar una nueva cara de la biculturalidad; sus detractores lo tildan de aburrido y predecible. Sin compararlo a Houllebecq, el gran escritor francés, ambos retratan y cuestionan la contemporaneidad con cautivante inteligencia y sensibilidad.