Mi madre y muchas de sus amigas fueron “retiradas anticipadamente” de sus trabajos porque estaban por cumplir 50 años y, por supuesto, para cargos administrativos todos preferían mujeres muy jóvenes y seguramente con minifalda. Muchas otras mujeres son jubiladas anticipadamente por uno de esos incentivos perversos que tiene el Estado: la jubilación patronal que año a año deja a muchas mujeres sin empleo, antes de cumplir el año 20 de aportaciones en una misma empresa.
Las mujeres siempre son las más afectadas por este tipo de despidos. Este Gobierno, por ejemplo, liquidó a miles de mujeres entre los 7 000 y más empleados públicos que desahució hace casi dos años, sin preguntarse siquiera si esas mujeres iban a conseguir trabajo o no, sobre todo después de los 40 años. La lógica del mercado a rajatabla funciona a la perfección tanto a nivel público como privado, y nadie se pregunta qué efectos nefastos puede tener para la salud de una mujer el hecho de no salir a la calle todos los días a trabajar, justo cuando podía dar lo mejor de sí para su carrera, porque tal vez sus hijos ya crecieron y no la necesitan. Eso sin contar con que la mujer sobrevive a su pareja – en promedio en el Ecuador- 10 años y por tanto tiene muchos más tiempo para servir a la sociedad y sobre todo para realizarse por sí misma. Por eso, cuando uno lee detenidamente proyectos tan absurdos como el de la asambleísta Nívea Vélez para la jubilación anticipada de la mujer a los 55 años, uno no puedo sino concluir dos cosas: no hay peor machismo que el de las propias mujeres y, segundo, no tiene la mínima idea de cuánto el trabajo y la actividad física y síquica significa para la salud, el bienestar y la vida de las mujeres.
Creo que tiene una idea completamente equivocada sobre lo que somos, o lo que queremos las mujeres actuales. La mayoría de nosotras no quiere ir a cuidar el jardín, a cocinar mermeladas o a cuidar nietos. Lo siento pero no somos mujeres victorianas, y aunque tengo mucho respeto para quienes lo quieren o lo pueden hacer, no somos la mayoría. Ojalá no tuviéramos que jubilarnos nunca, porque está comprobado que los seres humanos sufrimos más desgaste sin actividad que con ella, porque además nuestra sociedad vive al día y generalmente los viejos (porque quieren ayudar a sus hijos a veces hasta después de casados) no ahorran lo suficiente para tener una vejez estable y peor aún holgada económicamente. Jubilándose a los 65 años, la pensión no alcanza para las necesidades vitales de los adultos mayores, peor cuando se reduzca a 55 años. Esos 10 años de carga para el IESS solo desfinanciarán más a la institución y consolidarán el mecanismo legal para los retiros anticipados de mujeres. Deberían mejor crear incentivos para que los adultos mayores que quieran hacerlo puedan trabajar aunque sea por horas. ¡Vaya que sí tenemos asambleístas de la Era Victoriana!