Reina Irene Mejía
Tomado de La República, Perú
Existe un consenso creciente de que la recuperación económica tras la pandemia no será posible sin medidas específicas para fomentar la participación laboral de las mujeres.
Pero incluso, mientras ayudan a millones de mujeres que fueron despedidas o que necesitan nuevas habilidades para regresar al trabajo, los gobiernos no deben descuidar a un pequeño pero crítico subconjunto de mujeres trabajadoras. Me refiero a las mujeres emprendedoras. En América Latina y el Caribe, alrededor de 1,3 millones de pequeñas y medianas empresas (PYME) están dirigidas o son propiedad de una mujer, casi una de cada tres de todas las PYME.
Incluso antes de la pandemia, estas empresas enfrentaban barreras que limitaban su crecimiento. El obstáculo número uno es el acceso al crédito, una consecuencia de los prejuicios de género generalizados que limitan el uso de todo tipo de servicios financieros por parte de las mujeres. Los reguladores gubernamentales en Chile y Colombia, por ejemplo, han documentado cómo los bancos comerciales aprueban menos préstamos para mujeres (y por montos más pequeños), a pesar de que las mujeres muestran consistentemente mejores tasas de reembolso que los hombres.
Estos obstáculos son dañinos para las mujeres emprendedoras en la tecnología. Esta categoría había estado creciendo rápidamente en América Latina y el Caribe antes de 2020, aunque desde una base muy pequeña. BID Lab, el laboratorio de innovación del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), publicó el año pasado los resultados de una encuesta de 405 empresas emergentes lideradas por mujeres, en 25 países de América Latina y el Caribe, enfocadas en áreas como fintech, edu-tech y health-tech. Más del 80% había puesto en marcha su empresa en los cinco años anteriores y casi el 70% ya había contratado entre 2 y 10 empleados.
Cuando se les pidió que clasificaran los mayores obstáculos para iniciar y hacer crecer sus negocios, casi dos tercios de los encuestados indicaron dificultades para obtener capital. Las mujeres de la encuesta de BID Lab dependían en última instancia del financiamiento de fuentes del “círculo íntimo”, como ahorros, familiares o amigos (44% del total) o de inversionistas ángeles, aceleradoras o incubadoras, incluidas las administradas por los gobiernos y fondos de capital riesgo (43%). Pero si bien la oferta de capital ha aumentado lentamente en los últimos años, sigue estando drásticamente por debajo de la demanda. Según la Corporación Financiera Internacional, en América Latina y el Caribe la brecha financiera para las PYME lideradas por mujeres es de al menos USD 93 000 millones.
La buena noticia es que las mujeres empresarias, como sus contrapartes, han superado estas dificultades con creatividad y determinación. Les apasiona hacer crecer su base de clientes y expandirse más allá de los mercados nacionales. Y como tales, representan el tipo de trabajo y el potencial de generación de ingresos que las economías de la región necesitan desesperadamente.