Miren a su alrededor y cuenten cuántas mujeres hay. Luego describan la ocupación de cada una, pronuncien sus nombres y una cosa buena/importante por la que, una a una, puedan ser recordadas; de preferencia, que sean virtudes no estereotipadamente femeninas, sino virtudes a secas. ¿Ya? Ahora traten de justificar por qué esas mujeres no pueden (sistemáticamente) gozar de los mismos derechos de los hombres que están a su alrededor en este mismo momento.
Supongo que no habrán podido dar una sola respuesta justificatoria sin que se les caiga la cara de vergüenza. ¿O sí? Sin comentarios.
Este tema, aunque es siempre urgente, hoy se me sale por los poros, por varias razones (no puedo entrar en detalles técnicos que la ciudadanía no va a entender, parafraseando al doctor Mera), y el detonante es la nominación oficial de Hillary Clinton. Por primera vez una mujer es candidata a la presidencia por un partido grande en Estados Unidos. ¿No se les pone la piel de gallina? ¿No? ¿En serio?
El problema es que incluso cuando hablamos de la presidencia de una potencia mundial y de una señora que se ha fajado – con trabajo con astucia, con renuncias capaz hasta imperdonables… o sea, igual que cualquier político, solo que al parecer en un hombre todo aquello es comprensible y hasta deseable – para llegar a ella, hay quienes aún pretenden tratarla como a una menor de edad que no sabe en qué se está metiendo, una mujercita que está intentando hacer una gracia.
Le han dicho de todo para ningunearla, y entre las muchas sandeces aquella de que “está jugando la carta de mujer”. Dos preguntas: ¿se han dado cuenta de que es mujer? y ¿qué carta debería jugar entonces? Seguramente la de persona, a secas; sería fantástico. El problema es que la otra mitad del mundo no nos reconoce completamente como tales.
Ya sé: piensan que me estoy poniendo histérica porque les cuento todo esto; para nada, solo estoy traduciéndoles lo que dice el índice de inequidad de género de las Naciones Unidas. Pese a que desde 1990 las mujeres hemos logrado mejorar nuestras condiciones de vida en relación al pasado, todavía en el 2016 la inequidad de género es el mayor obstáculo para el desarrollo humano.
“Con demasiada frecuencia, mujeres y niñas son discriminadas en acceso a salud, educación, representación política, mercado laboral, etc. —con repercusiones negativas en el desarrollo de sus capacidades y su libertad”, dice la ONU. Y claro que tengo ganas de ponerme furiosa. Pero no lo hago; escojo contarles lo que pasa, lo que siento al respecto y sentarme a esperar primero a que gane Hillary y luego a que se les caiga la cara de vergüenza por seguir tratándonos como si fuéramos mujercitas, esas ‘cositas’ chiquitas, bonitas, convertidas en sus ecos, cuyas sonrisas y encantos ustedes activan a su voluntad. Qué equivocados están.