En América Latina y Ecuador en el ámbito educativo las disparidades de género van siendo revertidas. Cada vez hombres y mujeres acceden a la educación en igualdad de condiciones. Las estadísticas les ponen a la par en matriculación en varios niveles educativos.
Sin embargo, hay otros problemas que siguen afectando más a las niñas y mujeres que a los chicos: embarazos precoces (que impiden la continuación de sus estudios), trabajo infantil (sobre todo en el hogar), acoso sexual y prácticas discriminatorias en los establecimientos educativos, en los espacios públicos (transporte en buses) y en las casas.
La pervivencia de formas culturales de herencia colonial como el patriarcalismo, que impone la supremacía y dominio de los hombres sobre las mujeres, tiene gran impacto en la cotidianidad de la mujer. En muchas escuelas y colegios tal situación se evidencia en prácticas discriminatorias y violentas en contra de ellas. Esta condición de género combinada con elementos de injusticia social, desigualdades étnicas y de clase tienen un impacto negativo en las niñas y mujeres indígenas, afrodescendientes y rurales. En estos sectores se encuentran los indicadores más altos de analfabetismo, regazo educativo, abandono escolar y repitencia.
Dentro del sistema educativo mención especial merecen las maestras, quienes son las que mayoritariamente conforman el magisterio. Estas esforzadas mujeres son las que a más de soportar los desequilibrios y discriminaciones de género, junto a los compañeros maestros llevan a sus espaldas una profesión desvalorizada, socialmente deteriorada y mal pagada.
La superación de estos problemas en el ámbito educativo demanda de un gran esfuerzo y corresponsabilidad del Estado y de la sociedad para el cumplimiento del derecho a la educación para todos y todas. En este sentido no solo es un tema de acceso sino de calidad: construir modelos educativos libertarios; transformar con el uso del concepto de la no violencia las relaciones entre docentes, estudiantes y padres; elaborar materiales educativos bajo los conceptos de inclusión social; modificar los programas de formación inicial y en servicio de maestros y maestras; aplicar medidas de diferenciación positiva a favor de las niñas y mujeres en deportes, ciencia y tecnología.
Sin embargo el gran reto del país no solo está en el ámbito de la educación sino en la transformación de la cultura. Se debe desmontar el viejo patriarcalismo. Hay que aplicar con creatividad el art. 5 de la Convención sobre la eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer: “… modificar los patrones socioculturales de conducta de hombres y mujeres, con miras a alcanzar la eliminación de prejuicios y prácticas consuetudinarias… basados en la idea de la inferioridad o superioridad de cualquiera de los sexos”.