“«Masculino» y «femenino» diferencian a dos individuos de igual dignidad, que, sin embargo, no poseen una igualdad estática, porque lo específico femenino es diverso de lo específico masculino. Esta diversidad en la igualdad es enriquecedora e indispensable para una armoniosa convivencia humana”.
Esta realidad que nos expresa el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, nos sirve de preámbulo para el tema que abordamos ahora en esta columna. ¿Están preparadas las organizaciones para que trabajen mujeres allí? La contestación parecería obvia, aunque la respuesta, pensada con minuciosidad, es contundente: no, la gran mayoría de las organizaciones, quizá todas, no están preparadas para que allí trabajen mujeres. Las instituciones, casi sin excepción, están sometidas a una cultura organizacional donde trabajen sólo hombres: horarios, infraestructuras, obligaciones, viajes, costumbres, argot, trato, etc. Sin embargo de la equidad lograda en materia de derechos, entre mujer y hombre, tan batallada y con relativo éxito, se hiere, y mucho, la justicia en el aspecto laboral que merece la mujer quien es, gracias a Dios, distinta al hombre en el ser, en el hacer y en el sentir.
La mujer, por su naturaleza, a más de innumerables facultades, es polivalente, polifacética y pluriempleada: puede estar cumpliendo una labor profesional que le demanda un exigente horario, dedicación y concentración pero, cuando retorna a su hogar, no deja de cuidar los deberes de sus hijos, a un miembro enfermo de familia, la administración de la casa, el orden, los mínimos detalles de cuidado, cariño, consejo, consuelo, apoyo, en una palabra, es el soporte insustituible de valores trascendentes; el hombre podría ejercer esas tareas, las hace, pero no con la eficacia, amor y abnegación, con ese sello indeleble que grabaron en nosotros quienes tenemos la invaluable fortuna de una madre como la nuestra.
El maltrato a ese atomizado rol femenino origina un grave conflicto en la sociedad, que merece atención, reflexión y decisión pero, sobre todo, sentido común e inteligencia. Múltiples estudios e investigaciones, muestran cómo, la mujer, desde que se adviene al trabajo fuera de casa, es un factor determinante para la obtención de exitosos resultados organizativos y pecuniarios en cualquier entidad, sin importar el sitial que ocupe: desde esa mujer que sirve los cafés, limpia las oficinas o, de esa otra, que toma decisiones significativas y aviva negocios millonarios para la empresa. En una sociedad que ensombrece sus valores, en parte, por la ausencia de la mujer en el hogar, es oportuno actuar para que ese ser -único e irrepetible- logre atender a cabalidad sus múltiples roles, concediéndole, por justicia, un trato diferenciado, “privilegios” razonables, adaptables a cada situación. Quien resultará más privilegiada será la misma sociedad, pues, con oportunas acciones en pro de la mujer resguardaremos, en gran medida, lo que se intenta arrebatarnos: la dignidad humana.