Envuelta en la leyenda y reclamada por algunas feministas de izquierda y por la Iglesia Romana, Hildegard von Bingen suele ser recordada como hábil pitonisa, sagaz adelantada de la ciencia y precursora de la liberación femenina. Nacida en el valle del Rin en 1098 y muerta en el monasterio de Rupertsberg en 1179, fue compositora, escritora, naturalista y hábil política que manejó los hilos de la difícil relación del pontificado con el Sacro Imperio Romano Germánico, y sus continuas visiones le valieron los apodos de “la sibila del Rin” y “la profetisa teutona”. Parece que su influencia fue tan grande, que el Emperador Federico I Barbarroja buscó y siguió siempre su consejo, lo mismo que Enrique II de Inglaterra y la mítica Leonor de Aquitania. Y como si todo eso fuera poco, hay quienes le atribuyen el mérito de haber reivindicado el derecho de las mujeres al placer.
Escribió sobre sus observaciones de las piedras, las plantas y los animales, incluyendo las que hizo sobre el funcionamiento del cuerpo humano, explicando sus procesos por la acción de los “humores” que producen las diversas situaciones de la vida. Pudo describir lo que hoy se conoce como el orgasmo femenino, pero nadie se explica cómo lo hizo, pues fue monja benedictina y se hizo famosa por su escrupulosa práctica de las virtudes del celibato monacal.
Sus tratamientos médicos, basados en las propiedades de piedras y animales, permiten evocar ciertas tendencias de la actual medicina no convencional.
Aunque era analfabeta en alemán, su lengua materna, escribió varios libros usando a su manera el latín eclesiástico de su época, que se encontraba ya muy lejos de la lengua enaltecida por Virgilio; pero se sabe que en ellos reveló no solamente el resultado de sus observaciones de la naturaleza, sino también el extraño contenido de las “visiones” que tuvo desde niña. Así también, produjo una colección de cantos para el uso de su comunidad en la liturgia, puesto que el canto gregoriano estaba vedado a las mujeres. Siendo abadesa de su convento, alternó la vida contemplativa con su actividad de escritora y con la predicación, y hasta fundó en Eibingen otro monasterio que visitaba regularmente dos veces a la semana.
En diciembre de 2011, el papa Benedicto XVI anunció su decisión de otorgar a Hildegarda el título de Doctora de la Iglesia, y algunos meses después dispuso su inscripción en el catálogo de los santos, aunque nunca celebró una canonización formal. No obstante, algunas organizaciones feministas de izquierda han querido apropiarse de la figura de esta mujer excepcional, poniendo énfasis en su defensa del derecho de la mujer al placer en igualdad de condiciones que el varón, Según ellas, en las condiciones del mundo contemporáneo, la aventura del conocimiento de esta monja del siglo XII alcanza la mayor de sus cumbres en la defensa de este derecho, piedra angular de la liberación femenina.