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La pesadilla de todo gobierno es subir los impuestos, no es difícil por consideración al pueblo sino por temor al principio de la balanza: bajan los impuestos, sube el gobierno; suben los impuestos, baja el gobierno. Sin embargo casi todos los gobiernos suben los impuestos. En nuestro país tenemos, en promedio, dos reformas tributarias por año; el actual gobierno va por la cuarta. Esto a pesar de que aquí, como en todos los países, nada es más eficiente que el control de los impuestos, por eso decía Benjamin Franklin: “En este mundo nada hay cierto, salvo la muerte y los impuestos”.
Aunque parece difícil, hay casos de reforma tributaria para reducir impuestos. El gobierno de Barack Obama en EE.UU. bajó los impuestos a la clase media para reactivar la economía. En Paraguay se hizo una reforma para simplificar y reducir los impuestos y, sin embargo, el gobierno aumentó la recaudación. Estos casos son posibles porque el dinero que se queda en manos de los ciudadanos incrementa las ventas y mueve la economía.
El gasto excesivo del gobierno se paga con impuestos. Desde la revolución ciudadana tenemos gastos superiores a los ingresos. El gobierno de Lenin Moreno ha intentado corregir el problema y solo hay dos formas: reducir el gasto o aumentar los impuestos. La reducción fue infructuosa porque afectó al gasto de inversión pero muy poco al gasto corriente. Se pensó incrementar el impuesto al valor agregado pero abortó el proyecto. Se apeló a la eliminación de los subsidios a los combustibles y se incendió el país. El gobierno se salvó dando retro.
Ahora intenta una nueva reforma tributaria que debe ser aprobada por la Asamblea Nacional. Se intenta pasar el proyecto con la vieja divisa de que solo afecta a los más ricos. Se establece, por ejemplo, un impuesto a las empresas que tengan ingresos superiores a un millón de dólares al año. Ese impuesto será trasladado a los ciudadanos en los precios de los productos, con el riesgo de que se produzca el efecto cascada: que carguen al precio los proveedores de materia prima, los productores, los distribuidores, toda la cadena productiva. Todos los impuestos incrementan el costo de producción y afectan al precio de venta a los usuarios. Si los impuestos apuntan a la utilidad de las empresas, entonces ahuyentan las inversiones, baja la competitividad, se reduce la creación de empleo, se deprime la actividad económica.
Los economistas, los empresarios, los políticos, participarán en el debate y los legisladores calcularán los efectos electorales que pueda tener. Los ciudadanos solo calculamos el efecto en nuestros ingresos y nuestra capacidad adquisitiva; poco pensamos en los efectos indirectos de las medidas como la generación de empleo, el crecimiento de la economía, la competitividad de las empresas, la inversión nacional y extranjera.