La muerte gloriosa del Tnte. Ortiz

El 2 agosto de 1918 constituye un día glorioso por el heroísmo de quienes intentaron liberar a los próceres de la Independencia que permanecían encarcelados, bajo grave amenaza de muerte, y por la lucha que ese día realizaron los quiteños, en calles y plazas, para repeler el pillaje y el crimen de la soldadesca realista.

Transcurrió más de un siglo y el 2 de agosto de 1941, durante la invasión peruana, se volvió a producir un hecho de valor y dignidad asombroso, que acrecentó la gloria de la patria: la muerte heroica del Subteniente Hugo Ortiz Garcés, en sus floridos veinte años, que cayó defendiendo la integridad del Ecuador en un lejano confín amazónico. La vida y la muerte gloriosa de este joven constituyen un bello ejemplo de virtud, valor y lealtad.

Hugo Ortiz nació en Guayaquil y recibió su educación en Quito. Perdió siendo niño a su padre, sufriendo su familia duras carencias que fueron mitigadas por el sacrificio de su madre y la ayuda generosa de sus hermanas y hermanos que constituían una familia solidaria y dotada de dos bellas y nobles vocaciones: el magisterio y la música.

En la escuela ‘García Moreno’, en el Colegio Nacional ‘Mejía’ y en el Colegio Militar ‘Eloy Alfaro’ dejó gratos recuerdos por su seriedad, amistad y dedicación al estudio. Por sus cualidades excepcionales fue designado Brigadier Mayor del Colegio Militar, instituto en el que se graduó con la Primera Antiguedad del Arma de Caballería.

Las cartas que dirigió a su madre y a sus hermanas desde las guarniciones militares constituyen una conmovedora manifestación de amor filial y preocupación por sus seres queridos. Nunca las intranquilizó con malas noticias. Cuando se encontraba de guarnición en el remoto destacamento de ‘Santiago’, a orillas del río del mismo nombre, en la mañana del 1º de agosto, escuchó los disparos del ataque peruano al destacamento de ‘Yaupi’, localizado en la otra orilla. Realizó el reconocimiento, constatando la presencia de numerosas tropas enemigas. Retornó a su destacamento, integrado por siete soldados, a los que se sumaron tres incorporados desde ‘Yaupi’. Les informó de la situación y de su decisión de defender ese girón del Ecuador a todo trance, sin embargo de que los atacantes eran alrededor de doscientos hombres. Envió un mensajero al comando superior, distante a varios días de camino por la selva. Dispuso que se preparara una cena con las aves de corral y que todos vistieran sus mejores harapos, porque “el soldado ecuatoriano, aún muerto, debía infundir respeto”. Sobrevino el ataque enemigo y, cuando estaba rodeado por las tropas peruanas que le gritaban que cese en su resistencia para que salve la vida, continuó combatiendo y murió diciendo que “un soldado ecuatoriano jamás se rinde”. Los peruanos, asombrados de su heroísmo, lo sepultaron con honores.

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