Se acabó la fiesta, ¿cierto? Entonces supongo que ya puedo decir exactamente todo eso que se apelotona en mi garganta como una nauseabunda bola de pelos: ¡Que muera Quito! Ciudad invivible donde las haya.
Sí, que muera Quito del tráfico infernal, incomprensible, inhumano; donde las calles parecen trampas urdidas por mentes demoniacas para afrenta de todo aquel que por ellas transite (después de haber pagado la respectiva tasa municipal, claro).
Quito de modelitos, misses y talentos de televisión reencauchadas en concejalas, que por no tener no tienen ni capacidad de ejecutar un presupuesto asignado, pero que igual proponen –con faldas y a lo loco– subir los impuestos, porque seguramente así dan una imagen más políticamente correcta; ni hablemos de sus insulsos pares masculinos –no alcanzaría la página–.
El Quito cuyo Alcalde lo que mejor puede hacer es conciertos masivos bien organizados y caros, pero que dejó, entre otras ‘maravillas’, que los vendedores informales vuelvan a tomarse el Centro Histórico; haciéndonos retroceder 10 años como urbe.
Y que muera, bien muerta, la Quito del terror y del sicariato.
Quito cuna de resentidos y odiadores profesionales; de gente que es capaz de matar por un equipo de fútbol a la salida de un estadio. Más que ciudad parece una selva poblada por recalcitrantes, de lado y lado, empeñados en su mínima visión del mundo, dispuestos a ofender al que piense o viva distinto.
Quito de burócratas acomodaticios y acomodaticias, ineptos e ineptas, rastreros y rastreras, que invaden las vías exclusivas para el transporte público, porque se creen importantes, aunque no son más que nuestros asalariados, pero nos tratan como si ellos fueran los señores feudales y nosotros sus siervos de la gleba.
Ciudad de gente desconsiderada, insolidaria e irrespetuosa, que bota la basura por las ventanas de los autos, que se estaciona donde le da gana (esperen a ver cómo nos va en lo que resta del navideño diciembre), que no respeta semáforos de ningún color.
Quito nido de buseros que aprobarían con sobresaliente el test de asesinos en serie, porque para ellos la existencia –propia y ajena– se resume en una ranchera ‘cortavenas’ que asegura que “la vida no vale nada”. Ojo que decirles buseros no es insulto, pues el sustantivo consta en el diccionario de la Real Academia Española (disculpen la hispanofilia).
En fin, que muera Quito la horrible y todos sus engendros, y que nos dejen vivir en paz.
(Este artículo fue esbozado durante la casi hora y media que me tomó ir del sector del CCI a Miravalle, el sábado 3, gracias al desfile de la Shyris; trayecto que suele hacerse en 20 minutos y que a mí me dio para leer dos capítulos de un libro, pese a que iba manejando, y también para escribir el borrador de este furioso lamento).