Marco Antonio Rodríguez
Muebles
De sus manos sabias y rugosas salían cristos, vírgenes, niños dioses, santos, y también muebles preciosos. Pasarían años para percatarnos de que ellos y ellas no sabían qué era el barroco, el rococó, el neoclásico… Les bastaba su genio para desbastar la madera y luego pulirla, erigiendo obras de arte. ¿Piezas escultóricas? Jean Baudrillard en El sistema de los objetos señala a ciertos automóviles como “esculturas para transportarse”. ¿Esas maravillas no lo eran?
No dejar un solo sitio en el que no hubiese entrado la gubia, sea en los sofás, los sillones o las mesas, era su credo. Veo a mis abuelos, padres, tías, tíos, aprendices… de un lado a otro, lentos e irascibles unos; raudos, calmosos y rientes otros, trasladando maderas, formones, gubias… En el grupo destacaba, hierático, el abuelo mayor, a quien todos rendían pleitesía.
Esas maderas bastas, indefinidas, se convertían en figuras religiosas (ellas las encarnaban y dotaban de ojos que empezaban a mirarnos) y escorzos de muebles preciosos. Sofás y sillones alargados, ondulantes, lánguidos, de asiento estrecho, rebosados de primorosos detalles; mesas en cuyas patas y centros era imposible hallar un solo resquicio que no hubiera sido bordado por manos milagrosas.
A partir del segundo cuarto del siglo XX, en pleno auge de la era industrial, el tallista y sus joyas agonizaron. No tardó mucho para su muerte. Ahora hay máquinas copiadoras que reproducen los muebles realizados por los más afamados tallistas del mundo.
Ya nadie quiere esos muebles –salvo, acaso, algún despistado en el tiempo–, pero no más. Esos muebles fastuosos estorban, sobran. Como a esos viejos y viejas enfermos cuyos amantísimos parientes dejan en asilos, hay que usarlos como leña para chimeneas. Piltrafas de tiempo incansablemente hilvanados en la memoria del olvido.
“Nunca mires hacia atrás,/ mientras se extingue a lo lejos el mirador de los sueños,/ procura mantenerlo vivo,/ es lo más arduo que cincelaste para poder vivir”.