Una muchacha muerta

No es el título de un cuadro bello y triste, pero la imagen de una hermosa muchacha oscura, religiosa, joven y sola, muerta, habita entre nosotros.

Aunque tan poco podamos decir sobre su vida, nos consternó la noticia terrible con la que despertamos una de estas mañanas. ¿Que cada cual despierta con el universo que busca? ¡No!, pero hay noticias que no pueden pasar inadvertidas, aunque amarguen nuestro desayuno.

Una muchacha negra, nacida en Nigeria, país tan rico en petróleo como económicamente desigual, está muerta, definitivamente, aunque su vida rozara, desde siempre, muchas formas de muerte… Mauren Ada Ortuya vivía con su familia, en su patria, con menos de un dólar al día, mientras el solio de su presidente es, enteramente, del más macizo e injusto oro del mundo. Ella rezaba mucho, probablemente con mejor devoción que usted y yo; dejó Nigeria a causa de la pobreza y recaló en Bilbao, ciudad en la que últimamente ejercía el oficio más antiguo, concurrido e impugnado de la amarga historia humana.

En su honor, dejemos de sentir, por un momento, como sentimos en el fondo del alma, que una de nosotras, mujer de cada día, madre de familia con relativa educación y buenas costumbres, ordenada, limpia, con una casa vivible y una economía relativamente estable es 'superior' a alguna de las infinitas Adas del mundo. Y no se escandalice, por favor, ni piense con rabia '¡cómo se le ocurre a esta señora tal comparación!'; ayúdeme, más bien, a imaginar si tenemos razón cuando creemos establecidas, tajante y seguramente, tan crueles diferencias entre oficio y oficio, estilo y estilo, vida y vida, muerte y muerte.

La estupidez, la soledad, el dinero, 'el peor invento del mundo', como escribía Inocencio Bochenski; las 'diferencias' que establecen la inequidad y la miseria matan, no sin antes justificar distinciones escandalosas, erigir distancias, consternar a los biempensantes, afligir a quienes nos imaginamos buenos.

Un supuesto maestro de artes marciales usó a la joven para su tenebroso placer: atada, la torturó y golpeó hasta dejarla en coma; Ada murió el domingo, sin haber asistido, devotamente, a la que hubiese sido la última función religiosa de su vida.

En Bilbao, protestó contra esta atrocidad el pleno del concejo. ¿Protestaría entre nosotros concejo o consejo alguno, contra la muerte de una prostituta, por atroz que hubiese sido? ¿Se levantaría alguna voz, se condenaría al asesino? Mauren Ada, tan sola, tan pobre, tan abandonada… Una muchacha muerta entre millones de otras, ignoradas, suspectas, vivas aunque tachadas de la vida, con el triste y único consuelo de su religiosidad.

¡Que después del horror, ella se encuentre en un cielo de pájaros y de hadas y de estrellas brillantes, para siempre!

Suplementos digitales