Las movilizaciones del 7 de abril son una clara expresión de la polarización política que vivimos, que lleva al desconocimiento y descalificación total de las razones del oficialismo y de la oposición. La lógica política de la negación del otro reemplazó hace tiempo a cualquier consideración democrática; esto impide buscar acuerdos mínimos en beneficio del país.
Se despoja de toda razón a quien critica, se asume desde el oficialismo que la adhesión que demuestran las encuestas al discurso de la redistribución, de la lucha contra los ricos, en su suma del discurso igualitario, es suficiente para mantener el apoyo social al proyecto político.
Para mantener su posición el oficialismo asume que le sirve agrupar a todos quienes se le oponen bajo un solo membrete, todos son la “oposición”, desaparecen detrás de una etiqueta todas las diferencias que convocan a los que se movilizan. Así, los menos, los que salen a protestar por la pérdida de privilegios, son confundidos con la mayoría, aquellos que expresan su desacuerdo con un discurso político que suena hueco de tanto repetirse durante de 10 años; con la falta de controles, de pesos y contrapesos democráticos, la -no- separación de poderes que se traduce en una falta de control real del uso de recursos públicos, a la ausencia de fiscalización efectiva, al uso de lo público para reuniones políticas partidarias; la oposición a las medidas económicas, al impacto de las mismas en el empleo, la seguridad social.
Los ciudadanos opositores son parte, de acuerdo al discurso presidencial, de una estrategia de la ‘restauración conservadora’ continental, no son racionales, no son democráticos, son conspiradores. No importa negar en el discurso las evidencias de corrupción en la cúpula política en otros países o el dramático fracaso económico en Venezuela.
A su vez, la oposición pierde de vista la existencia de importantes sectores sociales que apoyan al régimen, que muchas de las personas que se expresan en las redes o salen a las marchas están convencidos de que Correa representa un cambio que debe defenderse, que no todos son funcionarios públicos, militantes o beneficiarios de alguna prebenda. Muchos están en favor de una acción que consideran correcta y están dispuestos a movilizarse en su defensa por convicción y no por interés.
De las marchas de la semana pasada debería preocuparnos, como país, no encontrar señal alguna de cambio en el discurso político del oficialismo ante la grave situación económica, institucional y social por la que atravesamos; y el uso inaceptable del lenguaje homofóbico y machista como forma de hacer política de parte de un sector importante de la oposición.
Algunos líderes de oposición deben reinventarse, dejar de parecerse a quien critican y buscar consensos mínimos en favor del país y no de sus intereses políticos o económicos coyunturales, dejando de lado el discurso del odio y de la descalificación. Del otro lado, luego de 10 años, nos han demostrado que no podemos esperar, lamentablemente, más de lo mismo.