El programa de gobierno del presidente Mohammad Morsi y la Hermandad Musulmana en Egipto es decepcionante. Su compromiso con una democracia genuina es vacilante, y aún faltan esfuerzos para la inclusión y la tolerancia política.
Las acciones de Morsi contra el comediante egipcio Basi Yusif contradicen sus declaraciones iniciales apoyando la tolerancia, la inclusión y la libertad de expresión. El humor es la columna vertebral de una democracia madura. Amordazar las voces de disenso es un augurio de una dictadura en ciernes.
Esas acciones lamentablemente confirman las sospechas de muchos secularistas árabes, liberales y ciudadanos en general que no simpatizan con la Hermandad Musulmana de que, una vez que esa organización llegara al poder a través de elecciones, minaría la democracia y la reemplazaría con su versión de un Régimen teocrático o de un “hukm” (orden divino).
Muchos temían que, una vez que un partido islámico fuera electo a través del sistema de “una persona, un voto”, transformaría la máxima del proceso en “una persona, un voto, una sola vez”, y asfixiaría el impulso democrático .
La intolerancia de Morsi hacia los laicos, las mujeres, los cristianos e incluso hacia los jueces liberales genera temores en Egipto y en otros lugares de que ese país reemplazó la dictadura secular de Hosni Mubarak por una autocracia teocrática.
El régimen de Morsi no permite una diversidad de opiniones, y la interpretación de la Hermandad Musulmana del papel que tiene la religión en el Estado emergió como el principio guía para gobernar Egipto.
Este fenómeno preocupante no es un buen presagio para el Islam político, especialmente cuando partidos musulmanes se convierten en mayorías en varios países árabes y mahometanos.
Durante años, yo y mis colegas estábamos convencidos de que, al llegar al poder, los partidos políticos islámicos se enfocarían en asuntos cotidianos y básicos y relegarían su ideología religiosa.
Creíamos que sus inquietudes políticas superarían a su ideología .
Como socios minoritarios en coaliciones de Gobierno en Egipto, Líbano, Kuwait, Bahrein, Jordania, Marruecos, Yemen, Malasia e Indonesia, los partidos musulmanes se concentraron en promover leyes que respondían a las necesidades de sus votantes, referidas a comercio, transporte, energía, precios de los alimentos. Por lo general, no eran electos o reelectos debido a sus credenciales islámicas. Promovían plataformas moderadas en las campañas electorales, y generalmente se aliaban con sectores responsables en sus respectivos parlamentos.
Cuando se lo explicábamos a altos dirigentes, les subrayábamos la diferencia entre los partidos predominantes -incluyendo a la Hermandad Musulmana y sus ramificaciones en Jordania, Palestina, Marruecos y otros lugares- y los grupos islámicos radicales, que no creían en la democracia ni en un Gobierno inclusivo.
IPS