Al referirse a una sustancial indemnización en dólares que recibió de un banco local, el Presidente de Ecuador declaró “Nunca he tenido apego al dinero, nací pobre y moriré pobre”. La extraña aspiración del Jefe de Estado refleja, en buena medida, la retorcida moralidad económica que tienen muchos socialistas del siglo XXI.
Los seres humanos fueron pobres 98 800 años de los alrededor de cien mil que han caminado sobre el planeta Tierra. Durante casi el 99% de su existencia, la humanidad vivió al borde de la subsistencia y empleó un esfuerzo descomunal para proveerse de las más básicas necesidades diarias. Cualquier infortunio -como un accidente o la pérdida de una cosecha- podía dejar a familias y comunidades enteras enfrentadas al hambre y la muerte.
Esta realidad cambió recién a finales del siglo dieciocho, cuando el despegue de la Revolución Industrial en Occidente hizo que las personas empezaran a hacerse cada día más ricas y dejaran atrás la pobreza generalizada con la que habían convivido por casi 100 000 años. Probablemente los más ricos nobles del renacimiento europeo o del imperio Inca americano, envidiarían la calidad de vida que tiene hoy cualquier persona de clase media en el primer mundo. Incluso las sociedades más pobres del siglo XXI, poseen una calidad de vida superior a la mayoría de las sociedades anteriores a la Revolución Industrial.La posibilidad de enriquecerse y la expectativa de que las nuevas generaciones puedan tener una vida mejor que las anteriores, es un fenómeno relativamente nuevo. Durante la mayor parte de su existencia, morir en pobreza era la única opción que tuvieron los seres humanos.
Por ello cuando un líder político -o religioso- le otorga algún tipo de valor moral a la opción de vivir o morir en pobreza, en realidad desprecia uno de los mayores logros de la humanidad e insulta la capacidad de los individuos para cambiar la realidad económica que les rodea. Sin embargo, la demonización de la riqueza y del ánimo de lucro ha sido un tema recurrente en el discurso político latinoamericano en general y en el discurso del socialismo del siglo XXI en particular.
El presidente ecuatoriano más bien debería emular al genial líder “comunista” chino Deng Xiao Ping. Bajo su proclama de “volverse rico es glorioso”, sacó de la pobreza a cientos de millones de chinos, en una de las más recientes manifestaciones de un proceso revolucionario -este si de verdad- que arrancó hace doscientos años y que cada día sigue mejorando la condición económica de la humanidad.
A los seres humanos nos ha tomado demasiado tiempo y esfuerzo conseguir que la pobreza pase de ser una norma a ser una excepción de la realidad mundial, como para tolerar que líderes que bien saben como enriquecerse nos insinúen que tal propósito es poco loable.