A los curas nos toca acompañar en vida y en muerte. Gran parte de nuestro ministerio se desarrolla junto a la cama de un enfermo, algo que yo personalmente experimenté con fuerza cuando era párroco en Iñaquito y asistía a los pacientes de terapia intensiva del Hospital Vozandes. A pesar del dolor y la tristeza, de la angustia de las familias, viví en aquella época con especial intensidad lo que significa vivir, luchar y morir. Sin duda por eso me siento especialmente sensible ante el tema de la eutanasia. En algunos países está planteado un debate para legalizarla, algo que se presenta como una solución compasiva. No sé qué será de mí y si algún día clamaré invocando la muerte pero, hoy por hoy, quisiera defender a los pacientes y tratar de “dar vida al final de la vida”, especialmente desde los cuidados paliativos y desde el consuelo espiritual.
Me temo que una ley de eutanasia acabará desfavoreciendo a los más vulnerables. La pregunta que tendríamos que hacernos sería ¿qué significa morir con dignidad? Pienso no sólo en los ricos, que pueden apoyarse en una buena atención médica y tecnológica, sino también en los pobres de este mundo, en los desechables, en los que se encuentran en una situación de desamparo, sin las condiciones para vivir y morir con dignidad.
Posiblemente, los pobres se pregunten con más fuerza: “¿merece la pena seguir viviendo, seguir sufriendo y ser una carga para la familia?”.
Dudo que la eutanasia sea sinónimo de dignidad, sólo sé que anticipa la muerte. Creo que lo que ayuda a morir mejor es una buena atención médica, cuidados paliativos, cercanía de la familia y actitudes humanitarias en los profesionales de la salud. Y la fe, la bendita fe en el Dios de la Vida. Desde los valores de la antropología y de la fe cristiana no soy partidario de la eutanasia, pero tampoco lo soy de la obstinación terapéutica y de la medicalización extrema, de una vida sostenida sólo por la tecnología de forma artificial.
Hay que aprender a vivir y hay que aprender a morir.
Para los cristianos, la muerte no es la última palabra. La última tiene nombre propio: se llama Jesús. Comprendo que no todos tienen esta fe. Pero, más allá de eso, el sentido de la muerte lo da no sólo lo que esperas, sino lo que has vivido, amado, creado a golpe de pasión, tesón e imaginación.
No es un tema fácil, pues la dignidad se utiliza tanto para defender como para atacar la eutanasia. Siento un enorme respeto por el que, machacado por el dolor, pide morir. Siempre estaré a su lado. Pero otra cosa es legislar para todo un país.
Tengo un buen amigo, experto en cuidados paliativos. De él he aprendido que cuidar a un enfermo es algo más que evitar el dolor. Las personas, también el final de la vida (sobre todo en ese momento), necesitan sentirse amadas y sostenidas. Puede que eso sea sinónimo de dignidad y de morir en paz.