Cualquiera sea la conceptuación doctrinaria que tengamos de “moral”, es decir si la misma tiene su génesis en la razón, como la conciben los filósofos griegos, o en los convencionalismos sociales, según lo defienden algunos pensadores de la Ilustración, estaremos de acuerdo en que ella proporciona las normas y principios que permiten al ser humano distinguir entre el bien y el mal.
Al margen de ponderaciones teológicas, coincidiremos con el Catecismo de la Iglesia Católica en que la dignidad de la persona humana implica y exige la rectitud de su “conciencia moral”, la cual comprende la percepción de las nociones de la integridad ética y su aplicación a circunstancias concretas: el amor a sí mismo constituye un principio fundamental de la moralidad.
Con sabiduría se afirma que la moralidad es más sentida que juzgada. Lo moral es lo que debemos hacer, no cosa distinta alguna.
La moral está dada por preceptos absolutos que nos encauzan hacia nuestra realización como seres humanos, merecedores – primero – del respeto a nosotros mismos, y – luego – de aquel de la sociedad de que formamos parte.
Como lo afirma Aristóteles, no toda acción ni toda pasión admite un término medio.
Hay cosas y acciones malas per-se. Entre éstas se cuenta a la desvergüenza y al robo. Se arriba a la cúspide de la inmoralidad cuando el sujeto que roba se convence de la “inteligencia” de sus actos y por lo tanto pierde la vergüenza de hacerlo.
No es que el ladrón sea un simple desvergonzado, sino que su cinismo lo lleva a auto convencerse de que es un erudito digno de admiración.
Los perjuicios que Ecuador sufre como secuela del latrocinio de los fondos públicos, más allá de los económicos – que son enormes – están dados por la imagen que transmitimos a las generaciones que tendrán a su cargo la orientación y administración del país.
Es también forzoso considerar que la inmoralidad no se circunscribe a la apropiación indebida de los recursos materiales del pueblo.
También hay deshonestidad en la violación de los derechos de nuestros congéneres, principalmente de aquellos que carecen de lo mínimo para subsistir.
De idéntica forma, en la tergiversación de la realidad para obtener provechos políticos, en la politización de los gremios obligados a actuar con prudencia en momentos en que nos jugamos el futuro del país, en oponerse a medidas necesarias para enfrentar la crisis, en la evasión fiscal, en la crítica con interés personal más allá de aquellos nacionales… en definitiva, en despreocuparnos del bien común.
Ante la debacle moral de Ecuador, tengamos en mente que el camino para superarlo es largo. Se inicia en la educación de nuestros niños y jóvenes, en forma tal que crezcan con la transmisión de valores.