La educación de la mayoría de escuelas, colegios y universidades, no responde a las demandas de una realidad en la que conviven condiciones aberrantes y lentas del siglo XVIII y las frenéticas y desafiantes del siglo XXI.
Tal realidad de un país de la periferia de un capitalismo con brechas cada vez más grandes, de la región más inequitativa y violenta del mundo, requiere, más que nunca, de ciudadanos críticos y propositivos, que dispongan de una formación integral en lo científico y ético; que desarrollen su creatividad y su versatilidad, a la par que su compromiso con la libertad, con la justicia, con el país y con su tiempo; y que sean capaces de enfrentarse a un mundo desbordado de información, altamente competitivo, excluyente, violentamente rápido y progresivamente dominado por la inteligencia artificial, la biotecnología y la Big Data, en el marco de un indetenible deterioro ambiental y de supremo dominio de las grandes multinacionales.
Si el sistema educativo ya era obsoleto para el siglo XX, hoy es totalmente ahistórico. Tal cual está es una enorme y costosa maquinaria que no sabe a dónde va, pero que de manera perversa traga, procesa y regurgita millones de seres humanos, la mayoría descriteriados, sin destino, desempleados con títulos inútiles, sin creatividad, obsecuentes reproductores de órdenes, y cada vez más deprimidos o violentos.
¿Cómo salir de este atolladero?
Es necesario conectar el sistema educativo con la realidad. Este desafío pasa por soluciones técnicas y sobre todo decisiones políticas.
En las técnicas, hay que dejar la vieja escuela y construir la nueva con autonomía pedagógica, relacionada con la comunidad y la naturaleza, formadora de seres humanos integrales, pensantes, sensibles y libres.
Para esto se debe cambiar el modelo pedagógico y actualizar el currículo, revalorizar socialmente al profesor y construir una política integral docente, rehabilitar la educación técnica y fundar carreras intermedias. Mas también se requiere de un nuevo modelo de gestión, racionalizar el monstruo burocrático que actualmente existe, para establecer un sistema ágil, descentralizado, democrático, con participación de gobiernos locales y familias.
Pero las técnicas están mediadas por las decisiones políticas. Y estas no pasan por la voluntad de una persona, gremio o federación educativa. Pasan por la energía de las élites económicas y sociales, y por la clase política. Y allí está el gran inconveniente: élites de espaldas al país, y la mayoría de la clase política que ve al sistema educativo como un suculento botín. A lo anterior hay que añadirle la aguda crisis fiscal y de liderazgo.
La juventud, alguna clase social, algún líder y partido político que quiera revestirse de una imagen de seriedad, deberían asumir el tema educativo, como prioridad de una agenda estratégica para hacer del Ecuador un estado viable.