En la sociedad de consumo lo mismo puedes adquirir una casa, un carro o un título universitario… Si ustedes leen en los medios las distintas ofertas de carreras y especialidades se darán cuenta de que hay infinidad de posibilidades, avaladas muchas veces por hombres y mujeres jóvenes, pintones y con cara de triunfadores. El mensaje es claro: “si usted quiere ser exitoso, estudie con nosotros”. Eso sí, hay que pagar. Y estudiar. Y sacar buenas notas, lo cual vale tanto para las universidades públicas, cuanto para las privadas, especialmente para estas últimas. En general, gozan de más medios y, en el imaginario colectivo, de mayor prestigio.
Hace unos días, escribí sobre el tema educativo en referencia a las calificaciones. Importa aprobar, aunque la sabiduría que uno adquiera sea absolutamente funcional. ¿Qué buscan hoy la inmensa mayoría de los universitarios? Buscan trabajo, prestigio, acceso a una élite social o conocimientos que consientan obtener altos sueldos. La sabiduría como capacidad de encontrar el sentido de la vida, los principios y valores, la dimensión social y solidaria frente a la injusticia y a la pobreza,… eso es otra cosa que, en la mente de muchos pertenece al mundo de la religión o de la filantropía.
Cuando estudiaba, concretamente en la vetusta universidad de Santiago de Compostela, apenas éramos en el curso treinta y cinco alumnos, sin duda privilegiados en el medio en el que vivíamos. Me encanta que el acceso a la universidad se haya democratizado, pero puede que ello acarree serios inconvenientes si deriva en un mercadeo de títulos. Difícil, en semejante contexto, la calidad propia del saber, sin la cual la docencia universitaria apenas vale nada. Además, el hecho de que unos cuantos de nuestros gobernantes estén acusados de títulos fraudulentos, no presagia nada bueno. Digamos que, más bien, el mercado se amplia.
Esta mentalidad mercantilista en torno a las universidades no me gusta nada. Estamos en tiempo de anuncios, señuelos y ofertas, con listados interminables de especializaciones de todo tipo, pero poco se dice del esfuerzo que hay que hacer, de la visión y misión de los centros docentes, de la trayectoria profesional de los docentes, de la calidad de la formación para encontrar un sitio en el mundo en el que poder crecer como persona y servir como ciudadano. En general, y no sólo en el Ecuador, la información insiste en la utilidad económica y en la de puertas que el título podría abrir. ¿Y el precio? Dada la tasa brutal de desempleo en el que nos movemos, cualquier esfuerzo vale con tal de encontrar el empleo deseado.
Con frecuencia tengo la sensación de que el proceso de formación superior se confunde con una cadena de montaje de carros, pieza a pieza, semestre a semestre. Para que la cosa funcione así se necesita ser expertos en mercadotecnia. Pero la sabiduría necesita algo más.