Queridos Reyes Magos...

Pasé mi infancia en la ciudad de Ourense, en mi Galicia natal, siempre medio descolocado entre los fríos del invierno y los calores abrasivos del verano. Tal día como mañana, 6 de enero, fiesta de la Epifanía, los Reyes Magos traían sus regalos a los niños buenos. A los malos les traían carbón, pero, al final, los regalos siempre aparecían con la advertencia de que, en el siguiente año, había que mejorar. Desde la noche anterior comenzaba el ritual: dejar abierta la puerta del balcón, espacio para los regalos y, para solaz de reyes y pajes, copitas de vino dulce, galletas y caramelos. La tía Tálida, que era la ecologista adelantada de la familia, también dejaba agua y hierbas bien acomodadas para los camellos de sus majestades, haciéndonos creer que los camellos también entraban por el balcón. Nadie se lo creía, pero ella, fiel a sus propias bondades, siempre vivió de ilusiones, como para redimirse de la dureza de la vida. Con los años también yo voy adquiriendo esa sabiduría, pues toca luchar a brazo partido contra la experiencia de la cruel decepción.

Ya no es tiempo de reyes y, menos aún, de magos prestidigitadores que saquen de la chistera soluciones mágicas a nuestros problemas, aunque lo cierto es que, a pesar de tantos dolores de cabeza y de un montón de proyectos fallidos, seguimos tropezando en las mismas piedras, la esperanza de que el mesías de turno nos salve de nosotros mismos. Llegados a este punto, no les escondo mi temor: caer en las garras del dictadorzuelo de turno, populista de izquierdas o bolsonaro de derechas. Tampoco les escondo la necesidad que tenemos de un nuevo pacto social, armado no desde los interés economicistas que hoy rigen el mundo, dispuestos a fagocitar países y democracias, sino desde la centralidad de la persona y, muy especialmente, de los pobres que habitan en el campo, en los cinturones miserables de nuestra ciudades y en los espacios yermos del desempleo y de la falta de oportunidades.

No quisiera yo dejar a los Reyes Magos sin trabajo, pero creo firmemente que quienes tenemos que trabajar somos nosotros, cada uno de nosotros, haciendo la parte que nos toca. Necesitamos inversión productiva, emprendimientos y oportunidades, seguridad jurídica y paz social, justicia y equidad, elevar la calidad de vida de nuestro pueblo y fomentar una educación que construya personas y nos libere de esta maldita pobreza que nos mata. Esta sería mi carta a los Reyes Magos y la luz de mi particular estrella de Belén. Ah, y mis mejores deseos para el año que comienza.

Perdonarán las referencias a mi infancia. Pero aquellos fueron los años de los mejores sueños. Después, sin buscarlas, vinieron las pesadillas. Ahora ya sólo prevalece el deseo de vivir en paz. Cuando supero la tentación de amodorrarme, resuenan en mi interior las palabras de Juan Pablo: “¿Quieren la paz? Trabajen por la justicia”.

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