En esta hora se impone decir una palabra sensata y proclamar el valor de la PAZ. Entiendo yo que no podemos armar un país a base de deudas, subsidios y broncas. Pero, más allá de ello, la actual situación deja en evidencia otros muchos problemas que estaban latentes.
Quizá mucha gente desee que la legislatura termine en santa paz y la ciudadanía elija, en su momento, a quien mejor considere. Eso sí, sin caer en mesianismos que, a la postre, nunca dan buen resultado.
Una golondrina no hace verano y un presidente solo, por excepcional que sea, nunca construirá un país integrado e integrador. El país lo construimos entre todos, a base de formación, trabajo, equidad y justicia. Uno de los slóganes famosos del correísmo era “Ecuador ya cambió”. A la luz de la actual situación nos damos cuenta de que no ha cambiado casi nada. Seguimos siendo un país de pobres, sumiso unas veces y bronco otras.
Pero, dicho lo dicho, hay que decir algo más. Puede que tarde o temprano fuese necesario retirar los subsidios. Pero la dura reacción de la gente revela situaciones más serias y comprometedoras. Me refiero, especialmente, a los niveles de pobreza lacerante que acompaña la vida de muchos de nuestros conciudadanos, la poca calidad de los servicios sociales, el desempleo, las explotaciones mineras a cielo abierto, la destrucción de la Casa Común, la escasa consulta, el sentimiento de no ser tenidos en cuenta, el abandono, en definitiva, en el que se auto perciben muchos hombres y mujeres de nuestro país, especialmente campesinos e indígenas.
Para los que tienen medios, la subida de la gasolina representará algo, pero siempre poco. Su calidad de vida apenas quedará afectada y casi nada cambiará en su modo de vivir. Pero para los que no tienen ni medio, cualquier subida de la vida es un drama, sobre todo en estos momentos de ansiedad y confusión.
En la presente crisis poco nos ha ayudado el vandalismo desatado, la violencia de unos y otros, la represión, los heridos y encarcelados, la rabia desatada,… De pronto, como si se tratara del estallido de un volcán, muchos han sentido la necesidad de expresar su inconformidad y su dolor. Salgan de las urbanizaciones, de los clubs de campo, de los centros comerciales y perciban el olor del país: huele a pobreza. Así vive este Chimborazo y mi linda Riobamba, donde sólo un 12% de ciudadanos tiene un empleo adecuado.
Creo que el mejor aliento en este momento, aunque predique en el desierto, es proclamar la necesidad de dialogar, desistir de la violencia y concertar políticas económicas, que den respiro a la gente, especialmente a los pobres. Por eso, con humildad, a fin de poder superar esta gran fractura, me atrevo a pedir a unos y otros: siéntense a dialogar, de forma abierta y con propuestas concretas. Desarmen el corazón y las manos. Fuera piedras, fuera armas.
Haya paz. Se lo pido a Dios con todo el corazón.