Monólogos de Correa

En su conocida obra ‘La Agonía del Cristianismo’, Unamuno hace referencia al calificativo que algunos de sus críticos daban a sus escritos: “¿Monólogo? Así han dado en decir mis..., los llamaré críticos, que no escribo sino monólogos. Acaso podría llamarlos monodiálogos; pero será mejor autodiálogos, o sea diálogos conmigo mismo. Y un autodiálogo no es un monólogo. El que dialoga, el que conversa consigo mismo (...) no monologa. Los dogmáticos son los que monologan”.

He recordado estas profundas palabras de Don Miguel, al pensar en el diálogo al que el gobierno de Correa ha invitado a la ciudadanía, “para informarle mejor” sobre las leyes que quiere poner en vigor y que han suscitado tan multitudinarias protestas.

Bien dice Unamuno que son los dogmáticos los que monologan inclusive cuando llaman al diálogo, porque no buscan intercambiar opiniones sino imponer su criterio. ¿Qué sino un dogmático ha sido Correa, en sus largos años de gobierno autoritario y confrontativo? Monologante impenitente, ¿no lo es en sus sabatinas, en su propaganda y en sus discursos llenos de palabrería y repetitiva retórica?

Monólogos íntimos, a la usanza de Unamuno, o “autodiálogos” solo son posibles cuando uno se pregunta y cuestiona a sí mismo, para acercarse a la verdad. Y ese ejercicio está tan lejos de la psicología correísta como lo está colocarse en el lugar del otro y tratar de entenderle.

El Fiscal de los procesos de Nuremberg dijo que la esencia del mal es la incapacidad de empatía, es decir de sentir lo que siente el prójimo. Correa desconoce la empatía y no puede dialogar.

No fueron pocos los que esperaron que las palabras del papa Francisco, cuando sugirió no imponer la verdad desde las alturas del poder, habrían de ser entendidas en favor de una auténtica convivencia respetuosa, tolerante y solidaria, pero el Gobierno más bien las interpretó como un apoyo a sus políticas.

Posiblemente, en sus estudios, Correa cayó en el error de no creer sino en las matemáticas -“somos más”, dice- olvidando que, al aplicarse a la vida de los individuos, apenas pueden las ciencias servir como ayuda para un mejor análisis de la infinita variedad de pensamientos y sentimientos que un mismo hecho puede suscitar en los seres humanos. ¿No es universalmente reconocido que el buen funcionamiento de las reglas económicas, por ejemplo, exige como sustento la confianza de la ciudadanía?

Correa tiene ocho años de haber vivido en éxtasis ante la contemplación de sí mismo. Ha pretendido regular la conducta del pueblo mediante leyes que no buscan persuadir por sus bondades sino atemorizar por sus penas. “En nombre de la ley te castigo”, habrá dicho pensando “en nombre mío, la ley te castiga”. Buen dogmático como es, ha hecho de su relación con el pueblo un monólogo que está llegando a su fin.

jayala@elcomercio.org

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