Monigote del cura Tuárez

Si una imagen vale mil palabras, el perfil del cura Tuárez sirve más que mil artículos para dibujar a un socialista del siglo XXI. Ni juntando a los genios de la consultoría política con los diseñadores japoneses de robots se habría obtenido un prototipo más acabado de revolucionario correísta de tercera generación, que trae incorporada la religión, el blanco cuello de plástico y esos cachetes de niño grandote, de esos que se comían las loncheras de los compañeritos y que ahora pinta perfecto para tira cómica o monigote de añoviejo.

Apenas lo encarcelaron, desde su exilio dorado, Correa lo definió como perseguido político, aunque aclaró que no es santo de su devoción. Se entiende: en el altar de la Revolución, el cura portovejense no les llega a las rodillas a correístas de primera generación como Glass, los Alvarado, la Duarte, Mera, la Gaby o la Pabón.

Tampoco clasifica Tuárez para correísta de segunda generación, de esos enchufados en el morenismo pero que siguen jugando entre papá y mamá, para usar la feliz imagen del alcalde Yunda. O, en términos religiosos, que quieren estar bien con Dios y el Diablo. Sin embargo, Tuárez, como todos ellos, trae el chip de agredir a los periodistas, aunque no llega a la finura del rector de la PUCE que los califica de inquisidores. ¡Ah, los curas metidos en política! Dominico el uno, como Savonarola; jesuita el otro, como Francisco, a quien el gran periodista Martín Caparros apodó “el Papa peronista” y que ahora que ha vuelto Cristina al poder ya querrá visitar su Argentina natal.

Con ese apellido originalísimo, el clériman de plástico y sus datos falseados, Tuárez saltó de la sombra, donde había acumulado un patrimonio que burlaba su voto de pobreza, a la presidencia del Consejo correísta por excelencia y empezó a actuar en consecuencia, como lugarteniente del caudillo, pero con tanta torpeza que terminaron destituyéndole. (Solo un Jaime Vargas puede darse esos lujos y seguir tan campante por sus territorios independientes).

Cuando empezábamos a olvidarlo, Tuárez asomó por El Ejido en los violentos días de octubre y pretendió incorporarse a los grupos de manifestantes que asolaban Quito, pero estos lo corrieron a palos. Luego nos enteramos que seguía actuando en la sombra, donde presuntamente ofertaba cargos hasta en la DAC, ¡santo cielo!, tomándose el nombre de la primera dama. Lo hacía en conexión con una señora Jalhk y otros revolucionarios de primera y segunda generación que han pasado a engrosar la lista de los perseguidos políticos, faltaba más.

Sí falta, porque esta capital blandengue que se dejó manipular políticamente por un demagogo tropical y se dejó humillar e incendiar por huestes golpistas, en lugar de exigir justicia se consolará quemando a fin de año muchos monigotes de Jaime Vargas y del cura de marras. ¡Santo remedio!

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