El desarrollo es lo que un país, una comunidad, los humanos… más necesitamos. Aspirar a un futuro prometedor que nos ayude en el día a día, en nuestras labores, en la venta y transporte de productos, dentro de las ciudades y de frontera a frontera, de Colombia a Perú. El modernismo acelerado sin límites y planificación que lo acompañe puede tener un efecto búmeran, que nos suma en un triste estado de subdesarrollo.
Las ciudades y el país entero están cubiertas de cientos de obras estructurales de importancia como calles y carreteras, pasos a desnivel de gran envergadura, quienes las ordenan, financian y construyen deben estar conscientes de los efectos a futuro que tendrán y que, obligatoriamente, debe haber planificación a escalas nacional y local, que las acompañen; para no acabar con otras riquezas de un país tan único como Ecuador.
Podemos hablar de Quito, de Santo Domingo, de Otavalo y de muchos otros pueblos y ciudades y los efectos de este modernismo acelerado serán idénticos, que a la larga destruyen antes que construir.
La obra vial es, sin duda alguna, admirable, y nos felicitamos que en este campo el Gobierno y algunos de los municipios se están luciendo, la planificación vial de años se está haciendo realidad con una impresionante inversión facilitada por una economía que favorece.
A cambio, vemos horrorizados la inexistencia de leyes que acompañen el desarrollo que cambia nuestros valles y montañas, nuestras ciudades y pueblos, nuestra arquitectura y nuestra historia, la cultura de un pueblo que ya, por prohibiciones varias, pierde su identidad. Las largas y anchas líneas de pavimento negro o grisáceo cemento son indispensables y deben desmoronar montañas o cortar verdes valles por la mitad para acortar distancias y permitirnos llegar más rápido con productos más frescos, viajar de un punto a otro para un trabajo más efectivo. Pero, incluso, como lección aprendida, este modernismo debería venir de la mano de estrictas prohibiciones en cuanto a la construcción desordenada que aparece como brote de mala hierba al borde de las grandes carreteras, irrespetando espacios de protección, ni bien se aleja la maquinaria de construcción vial. ¿Quién lo controla? ¿Quién controla los accidentes a causa de estas irregularidades?
Si existe el liderazgo del Mandatario para determinar que se continúe la planificación y construcción de las arterias de comunicación, deben existir leyes que cuiden estas valiosas inversiones, del turismo que depende de ellas, las importaciones y exportaciones que ruedan rápidas de un lugar a otro del país y que el desarrollo no se convierta en un modernismo acelerado sin pie ni cabeza.