Durante la primera parte del siglo XX, los contenidos de los medios de comunicación fueron objeto de cuestionamiento, por una parte, de la sociedad que consideraba atentaban contra la tradición o la religiosidad. Así lo cuentan Stephan Rinke y Sylvia Dümmer Scheel, al hablar sobre el desarrollo de la industria cultural en Chile y México, países donde se consideraba que el cine llevaba a una ‘norteamericanización’ de la vida pública, pues influía para que se adoptaran productos, vestimenta y formas de organización social que amenazaban las tradiciones propias, al exhibir mujeres con cabello corto, vestidas de forma provocativa y en escenas de baile e intimidad, opuestas a sus expectativas de las mujeres latinoamericanas.
También en el Ecuador se registran quejas de la Acción Católica cuando consideraban que los articulistas atentaban contra doctrina de la Iglesia. Fue el caso con un escrito de Max Lux (Jaime Barrera), quien había hecho referencia a la pobreza de Jesús. Las católicas se quejaban ante del director de diario ‘El Comercio’ por el irrespeto al ‘Divino Fundador’, cuyas doctrinas, decían, no estaban al alcance del autor de “Crónicas Disparatadas”, que se refería con lo que llamaban ‘desenfado’ a temas que ignoraba. En realidad, el artículo de Barrera era una solicitud al gobierno para que tomara acciones a favor de los menesterosos, para lo cual había jugado con una referencia al evangelio, lo que molestó a las firmantes del remitido.
A mediados del siglo XX, como cuenta el historiador Hernán Ibarra, las damas católicas y otras de la élite guayaquileña se quejaron de las películas que se exhibían en la ciudad por considerar que traían ‘inmundas e innumerables y nefastas propagandas pornográficas y escenas además de amorales de pésimo realismo, antiestéticas’. También rechazaban al alquiler de historietas a los niños, por considerar que ‘envenenaban el espíritu de los hombres del porvenir’.
Estos son solo unos cuantos ejemplos de la ‘guerra cultural’ que mantuvieron entre la Iglesia y el Estado por ganar capital simbólico, en medio de la desigual secularización de la sociedad latinoamericana en el siglo XX; pero más allá de eso nos convoca a reflexionar sobre las cosas que consideramos ‘naturales’, pero que, en realidad, fueron objeto de luchas simbólicas, llevadas adelante por nuestras abuelas.