La “Modernidad Líquida”, un concepto desarrollado por el sociólogo Zygmunt Bauman, describe cómo las sociedades actuales son más cambiantes e inestables, donde las estructuras sólidas tradicionales, como el Estado, tienen menos control sobre la seguridad de las personas.
Bauman nos habla de temas como la emancipación, la individualidad, el tiempo/espacio, el trabajo, la comunidad y las relaciones humanas, que hoy se ven más frágiles y efímeras debido al impacto de las Tecnologías de la Información y Comunicación (TIC), revelando la fluidez y la precariedad que caracterizan nuestras sociedades contemporáneas. El uso masivo de las TIC amplifica esta fragilidad al cambiar cómo interactuamos, trabajamos y vivimos. La conectividad y el flujo constante de información, aunque prometen acercarnos, muchas veces nos aíslan, haciendo que las relaciones sean cada vez más superficiales, como sucede en redes sociales, donde un “me gusta” puede desaparecer tan rápido como aparece.
La Modernidad Líquida nos invita a cuestionar cómo las TIC están moldeando nuestras vidas. Esta disolución de estructuras sólidas, donde el Estado cede su rol de garante de seguridad, encuentra un eco sorprendente en la irrupción y consolidación de las TIC, sobre todo de las emergentes como la IA y el Big Data, planteando desafíos éticos sin precedentes, especialmente en países como el nuestro.
Desde el trabajo hasta el consumo, todo está mediado por algoritmos que toman decisiones que pueden afectar nuestra intimidad, autonomía y bienestar. Por ejemplo, en Ecuador, la banca digital facilita las transacciones, pero también expone a las personas a riesgos como estafas en línea (Phishing, Smishing, Voice Hacking). Además, la IA se utiliza en procesos como atención al cliente mediante chatbots y la evaluación de créditos, lo que tiene un impacto directo en las decisiones financieras de los ciudadanos.
Bauman nos invita a contemplar un individuo cooptado por necesidades artificiales, que se refugia en sí mismo en la búsqueda de una seguridad que se evapora ante los poderes de los mercados financieros. La omnipresencia de las TIC, el flujo incesante de información y la constante presión por la “novedad” digital crean un entorno donde la identidad se vuelve una búsqueda incesante, un intento por detener un flujo imparable.
En esta Modernidad Líquida digital, ¿dónde quedan los principios éticos? si el Estado ha cedido sus facultades de decisión para convertirse en un mediador, ¿quién asume la responsabilidad de establecer límites y salvaguardar los derechos en el ciberespacio? Cuando la búsqueda de identidad en un entorno donde las interacciones son cada vez más virtuales y la información se consume en ráfagas fugaces, nos obliga a repensar qué significa ser humano en la era digital.
Aquí es donde la ética digital se vuelve crucial. La transformación digital, impulsada por la inteligencia artificial (IA), el Big Data y la automatización (IoT), ha reconfigurado nuestras vidas de formas inimaginables. Desde la forma en que trabajamos y aprendemos hasta cómo nos relacionamos y consumimos, todo está mediado por algoritmos y plataformas. Sin embargo, esta revolución tecnológica no es neutral. Las decisiones algorítmicas, la recopilación masiva de datos y el diseño de interfaces tienen profundas implicaciones en nuestra autonomía, intimidad, protección de datos personales y bienestar.
Se debe considerar que la integración de la Inteligencia Artificial (IA) presenta dilemas éticos complejos:
- Equidad y transparencia en algoritmos: ¿Cómo garantizamos que un algoritmo de selección de personal, usado por grandes empresas ecuatorianas, no replique o exacerbe sesgos de género o étnicos preexistentes, marginando a ciertos grupos?
- Protección de los datos personales y de la intimidad: La recopilación de datos de salud a través de aplicaciones móviles, o la información de ubicación recabada por servicios de entrega a domicilio, ¿Está siendo utilizada y protegida de manera ética en Ecuador? La Ley Orgánica de Protección de Datos Personales es un inicio, pero su implementación efectiva y la concienciación ciudadana son fundamentales.
- Desinformación y polarización: En un contexto político tan volátil como el ecuatoriano, la propagación de noticias falsas (Deep Fakes) o la amplificación de narrativas divisivas a través de algoritmos de redes sociales es un riesgo constante. ¿Cómo se mitiga este impacto sin coartar la libertad de expresión?
- El futuro del trabajo: Con la automatización impulsada por la IA, sectores como la manufactura o incluso servicios podrían ver transformaciones significativas. ¿Estamos preparando a nuestra fuerza laboral para estos cambios?, ¿Se están creando oportunidades para que los ciudadanos se adapten a la nueva economía digital?, ¿Estamos preparados para realizar teletrabajo sin comprometer la Seguridad de la Información?
En nuestro país, la discusión sobre una Ley Orgánica de Inteligencia Artificial es un paso crucial, pero su desarrollo y aplicación efectiva determinarán si logramos una regulación que proteja al ciudadano o si nos quedamos rezagados en un escenario de dependencia tecnológica.
Bauman nos advierte que no podemos cambiar en unos cuantos años lo que ha sucedido durante siglos, pero nos invita a tener esperanza. Esa esperanza, en la era de la transformación digital, reside en la construcción de una ética digital robusta y reflexiva. No se trata de detener el avance tecnológico, sino de guiarlo hacia un camino que priorice el bienestar humano. Esto implica:
- Fomentar la alfabetización digital y el pensamiento crítico: Para que los individuos puedan navegar el vasto y a menudo engañoso panorama digital con discernimiento y ser cocientes de los usos de la Ingeniería Social por parte de ciberdelincuentes. Desde las aulas de nuestras escuelas y universidades en Ecuador, es vital enseñar a los jóvenes a discernir información, comprender los riesgos digitales y utilizar las TIC de manera responsable. Programas de capacitación para adultos mayores también son esenciales para cerrar la brecha digital.
- Desarrollar marcos regulatorios éticos: La Asamblea Nacional del Ecuador tiene el desafío de construir una legislación sobre IA que no solo sea innovadora y fomente la economía digital y el uso de estas TIC para incentivar a emprendedores locales y su posicionamiento regional, así como al mismo tiempo, ponga al ciudadano en el centro.
- Promover la responsabilidad de las empresas tecnológicas: Incentivar que las empresas que operan en Ecuador, tanto nacionales como extranjeras, adopten principios de diseño ético y transparencia en sus algoritmos, y sean responsables por el impacto de sus plataformas y servicios.
- Impulsar el debate público y la participación ciudadana: La ética digital no puede ser solo un tema de expertos o legisladores. Es fundamental que en Ecuador se generen espacios de diálogo entre la academia, la sociedad civil, el sector privado y el gobierno para definir colectivamente los valores y principios que deben regir nuestra convivencia en el ámbito digital.
La Modernidad Líquida nos ha lanzado a un mar de incertidumbres. La transformación digital, con su inmensurable potencial, también nos expone a nuevos riesgos. Es en este cruce de caminos donde la ética digital emerge como la brújula indispensable, no para solidificar lo que es inherentemente líquido, sino para asegurar que, en nuestra constante búsqueda de identidad y seguridad, no nos ahoguemos en las corrientes de la deshumanización y la irresponsabilidad tecnológica. La esperanza, como señalaba Bauman, radica en nuestra capacidad colectiva para dar forma a un futuro digital que honre la dignidad humana y construya una sociedad ecuatoriana más justa y equitativa en la era de la IA y de la Computación Cuántica.
Las TIC, lejos de ser un mero facilitador, redefine los fundamentos de la interacción humana, el consumo y el trabajo, y su integración con la Inteligencia Artificial plantea preguntas sobre la esencia misma de la humanidad. Analizar cómo la Modernidad Líquida dialoga con estos avances nos permite desentrañar los efectos de un mundo en el que las identidades son moldeadas por algoritmos, las decisiones importantes dependen de sistemas automatizados y los vínculos comunitarios se vuelven más efímeros. Este ejercicio no solo resulta relevante para diagnosticar los riesgos asociados, sino también para encontrar oportunidades que permitan redirigir la evolución tecnológica hacia un futuro inclusivo, equitativo y respetuoso de los derechos humanos.
En este mundo digital tan cambiante, es importante reflexionar sobre qué significa ser humano, proteger nuestros derechos en el ciberespacio y exigir que las TIC sean usadas de manera ética. La clave está en promover leyes más sólidas, educar a la población sobre el uso responsable de las TIC y fomentar la transparencia en el desarrollo de algoritmos.
La Modernidad Líquida nos invita a cuestionar cómo el uso de las TIC está moldeando nuestras vidas. Aunque la tecnología tiene el poder de conectar y facilitar, también nos desafía a repensar nuestras acciones y responsabilidades para construir una sociedad más justa y segura en la era digital.