Los mitos son, en la teoría y en la praxis política, narrativas para desenmarañar realidades complejas. El mito es imaginación; exultación y derrota de la inteligencia ante los enigmas que le circundan; espejo disociador de imágenes que se confunden en miedo y huida lúdica del ser empavorecido, incapaz de explicar los fenómenos naturales: el agua, el fuego, el aire, la propia tierra de la que está hecho, el cielo navegado por astros; o misterios humanos como el amor —el amor no es fruto que germina en la naturaleza, es lo más humano que existe y, por tanto, una obra de creación incesante que va más allá de la vida—.
Los mitos sofocan la realidad pero existen: el poder es uno de ellos, y cuando este se encarna en algún ser que deviene adicto origina regímenes sátrapas y abyectos. Todo movimiento político va acumulando mitos en su tránsito histórico. El mito concluye extinguiendo al pensamiento y supliéndolo. Nulifica experiencias y desfigura hechos. Un movimiento que no es capaz de instalar sus mitificaciones en el museo del pasado está condenado a repetirse a sí mismo. La mitificación de un caudillo asuela a los pueblos. la humanidad vive la era de la transpolitización, el grado cero de lo que fue la política (vaciamiento de ideologías, derechas e izquierdas se volatizaron), no obstante, el caudillaje sigue rebrotando. Los mitos clásicos de la ‘izquierda’ fueron abundantes. Los más rancios y coreados: ‘el hambre genera revoluciones’. No. Las revoluciones emergen cuando hay signos de cambio y surgen impaciencia y esperanza en simbiosis única. George Orwell señaló: “La democracia podría verse amenazada por ejércitos de obreros en paro capitaneados por millonarios que reciten el Sermón de la Montaña”; otro: ‘el fin justifica los medios’. Bajo el manto de este mito se justificó el gulag, el pacto nazi-soviético, el terrorismo; en nuestro tiempo, cualquier régimen autocrático si se autoproclama de ‘izquierda’ es llamado ‘democracia directa’; uno último: lo importante es ‘la línea justa’. Aspiración válida siempre que sea el pueblo el que la acepte, lo cual nunca sucedió. Bertolt Brecht acusó al partido comunista alemán de “expulsar al pueblo”, a raíz de la rebelión obrera de Berlín del Este en 1953.
Luego de la defunción del marxismo tras la caída del Muro de Berlín, han surgido movimientos que se arrogan ropajes revolucionarios, nacionalistas o fundamentalistas: engendros tenebrosos. Los postulados que vertebran: espejismos, alucinaciones, pompas, desvaríos. La droga del socialismo siglo XXI: Estados propaganda que esparcen la farsa de países modélicos, líderes endiosados, obesidad burocrática, mientras la corrupción sofisticada se institucionaliza por la obnubilación de quienes tienen como único divertimiento la televisión o la radio, donde hacen de las suyas los guasones y sus historietas.