En los años precedentes a la guerra civil en Siria, el país pasó por tres sequías consecutivas que marcaron máximos históricos. Al forzar desplazamientos internos, probablemente contribuyeron a las tensiones sociales que se expresaron en las protestas populares de 2011. Pero eso no significa que el conflicto sirio sea una “guerra climática”.
A medida que se multiplican los acontecimientos relacionados con condiciones climáticas extremas, cada vez se vuelve más fácil encontrar un vínculo entre cambio climático y confrontaciones violentas. En Sudán, la limpieza étnica llevada a cabo por el expresidente Omar al-Bashir se ha ligado a la expansión hacia el sur del Desierto del Sáhara, que ha generado disturbios sociales al exacerbar la inseguridad alimentaria. Lo mismo ha ocurrido con las disputas territoriales en el Mar del Sur de China, debido a la competencia por las áreas de pesca. Hoy algunos advierten de una “guerra hídrica en ciernes” entre Egipto y Etiopía, generada por la construcción por parte de esta última de una represa en el Nilo.
Sin embargo, la narrativa de las “guerras climáticas” tiene grandes errores. Desde Siria a Sudán, los conflictos actuales son causados por múltiples factores complejos e interrelacionados, desde tensiones étnico-religiosas a una prolongada represión política. Si bien los efectos del cambio climático pueden exacerbar la inestabilidad social y política, el cambio climático no causó estas guerras. Este es un importante matiz, no en menor medida para fines de la capacidad de rendición de cuentas: el cambio climático no se debe usar para esquivar la responsabilidad de resolver o evitar confrontaciones violentas
En lugar de resistirse a combatir el clima en un tema que amenaza la seguridad, los grupos de presión y las autoridades deberían avanzar en lo que el Instituto de Estocolmo de Estudios Internacionales por la Paz llama “la climatización de la seguridad”. La mejor manera de hacerlo es usar la seguridad para aumentar la relevancia de las medidas climáticas…