Imagine dos países (A y B) que exportan el mismo bien. Imagine ahora que un shock externo hace que el precio de ese bien se desplome. El país A está dolarizado y no puede devaluar. El país B tiene moneda propia y la devalúa. ¿Está B en mejor situación que A? No lo creo.
Devaluar significa abaratar –en moneda extranjera– el precio de todos los bienes y servicios que produce el país B. Por eso, una devaluación no solo reduce el valor de las exportaciones, sino también de los salarios y el precio de los activos reales y financieros de los habitantes de B. En otras palabras, una devaluación empobrecerá a todos los ‘becianos’ que no tengan algo que exportar (que, típicamente, son la mayoría).
Para compensar la pérdida de valor de los activos –provocada por la devaluación – y evitar que haya fuga masiva de capitales, las tasas de interés en el país B tienen que subir. Ese encarecimiento del crédito dificulta la inversión y, por tanto, la generación de empleo.
Sin una adecuada planificación monetaria, la devaluación de la moneda produce inflación local. Esto encarece de nuevo los productos de exportación y elimina la ventaja comercial que inicialmente se quería conseguir en el mercado externo. Los exportadores, desconcertados, piden una devaluación adicional que no hace otra cosa que empobrecer más a la mayoría de compatriotas de B.
Aún si la devaluación no produjera inflación,es probable que un competidor de B también devalúe su moneda en la misma o incluso en una proporción mayor para evitar que B se lleve todo el mercado. Esta fue una práctica común tras la depresión de los años 30 que se conoce como “la guerra de las monedas”, una práctica que empobreció a todos sus participantes.
De otra parte está A, el país dolarizado que no puede devaluar. Para compensar la pérdida de ingresos que sufrió por el desplome de su mayor rubro de exportación, los habitantes de A tienen algo valioso y apetecido: una moneda que no pierde sino que gana valor. Este recurso es sumamente atractivo para cualquier inversionista local o extranjero, ya que no deberá preocuparse porque el valor de sus recursos se diluya o desaparezca por obra y gracia de un funcionario que provocó una depreciación de la moneda local para tener más dinero que gastar.
Una moneda fuerte es compatible con una tasa de interés positiva en términos reales (para incentivar el ahorro) pero suficientemente baja como para facilitar la contratación de crédito y la inversión.
Lo que el país A deja de percibir por la cuenta corriente (exportaciones) podría compensarlo por la cuenta de capitales (inversiones), gracias precisamente a que tiene una moneda dura. Todo esto, sin afectar el patrimonio ni la capacidad adquisitiva de todos los habitantes del país A.
@GFMABest