El título de este artículo no pretende ser romántico ni nada por el estilo. Este es el título del libro de Betty Friedan que marcó el inicio de la segunda ola del movimiento feminista en 1963 en EE.UU. y que acaba de terminar este jueves con la primera nominación a una mujer a la presidencia por parte de uno de los dos grandes partidos políticos estadounidenses. Sí, Victoria Woodhull fue la primera candidata mujer en 1872, pero fue de un partido que ella creó denominado “partido por la equidad de derechos” y, como era de esperarse en la época, fue acosada y arrestada antes de las elecciones.
De vuelta al presente, el triunfo de Hillary es extremadamente relevante cuando del otro lado del espectro se encuentra tal vez el mejor representante del machismo y la supremacía blanca que ha tenido EE.UU. en sus últimos 50 años de historia. Yo no defiendo las cuotas femeninas per se, si algo sabemos las ecuatorianas es que Saras Palins andinas como Rivadeneira o Aguiñaga no sólo que hacen todo lo posible por no defender cuestiones de género sino que proyectan la peor imagen de las mujeres en el poder: banalidad, sumisión y… qué decir poquísimas luces.
No obstante, Hillary termina el ciclo que Betty Friedan empezó, un liderazgo femenino hiper consciente de las dificultades de luchar abierta y vehementemente por derechos esenciales, básicos como la salud reproductiva, incluyendo el derecho al aborto y asistencia pública a las más pobres; educación post-secundaria para mujeres pobres así como maternidad pagada y guarderías para niños. De sobra sabemos que en una sociedad tan machista como la nuestra –o la estadounidense- luchar por estos temas abiertamente es ponerse como centro de un juego de tiro al blanco, pero Hillary lo ha hecho muchas veces. Tal vez en América Latina la imagen de ella es tan sólo aquélla de un halcón ambicioso y guerrerista que aprobó la operación en Libia y votó a favor de la guerra en Irak en el 2002. A lo largo de su historia sus ambiciones políticas siempre han ofuscado su reflexión, pero a la vez son ejemplos de cómo medimos a las mujeres con dobles estándares. Deploramos a las mujeres ambiciosas, con mano de hierro y sagacidad letal, pero admiramos las mismas cualidades en los hombres. De ahí la antipatía que genera. Como alguna vez dijo Barbara Bush con sarcasmo refiriéndose a ella, hay mujeres que se niegan a hornear galletitas. Hillary es una de ellas y aunque no tiene carisma y le cuesta generar entusiasmo en las multitudes, cuando empecé a seguir su trayectoria pensé que ella y no Bill debía haber sido presidente de EE.UU. en 1992. Como siempre, su extremada inteligencia fue tomada con extrema antipatía. Ahora está mucho más en juego, su elección se vuelve imprescindible, no sólo porque Trump es oligarca peligroso y racista, sino porque los republicanos están a un tris de volver la vida de las mujeres una pesadilla en múltiples frentes. Betty Friedan habría vivido en vano.