Fue muy grave y hasta amenazante la sentencia que emitió el filósofo hispano-estadounidense George Santayana. Él dijo que “pueblo que desconoce su Historia…¡Está condenado a repetirla!”.
Por supuesto se trata de la Historia verdadera, la que se funda sobre hechos reales, procesos y documentos y no la que surge de la imaginación ni de fabulillas ingenuas, como aquellas con las que se nos ha bombardeado torrencialmente estas últimas semanas.
De ahí también que algunos hayan encontrado notorias semejanzas entre un episodio ocurrido hace 118 años y los datos que a duras penas se han conocido a propósito de la valija diplomática, que llegó hasta Italia con 40 kilos de cocaína.
El episodio de hace más de un siglo, conocido como “la venta de la bandera” sucedió así: el Ecuador recién acababa de salir de un inminente peligro de agresión por parte peruana cuando solo Chile había estado dispuesto a prestarle ayuda; transcurría entonces el gobierno del Dr. Luis Cordero quien se pertenecía al Partido Progresista, caracterizado por una difícil mezcla entre lo católico para lo religioso, y lo liberal para lo político, incluyendo personajes de uno y otro matiz.
De pronto a miles de millas de distancia, habría estallado la guerra chino-japonesa. El conflicto había sido comunicado a Chile, que no podría otorgar ayuda a ninguno de los contendientes, mientras que nada se había informado oficialmente a nuestro país. Una misión japonesa expresó el interés de comprar el crucero chileno “Esmeralda”, y para hacer posible la transacción se había solicitado ayuda al gobernador del Guayas, José María Plácido Caamaño, ex Presidente .
Los últimos días de diciembre de 1894, se convinieron las cláusulas del negocio y se cambió la bandera chilena por la ecuatoriana en el puerto de Valparaíso, con el fin de asegurar un viaje tranquilo a través del Pacífico. Descubierto el cambio por ecuatorianos desterrados en Chile, estos se encargaron de hacerlo conocer con gran escándalo en nuestro país. El primer semestre del ’95 fue agitadísimo: renunció Cordero a la Presidencia; le sustituyó un débil y desorientado gobierno interino; Guayaquil se pronunció a favor de Eloy Alfaro en junio del mismo ’95 y vinieron las peripecias de la revolución liberal radical.
Hasta donde puede presumirse – porque las investigaciones están en marcha y no se ha ofrecido un informe completo– parecería que al amparo del procedimiento llamado de la “valija diplomática”, reglado por Convenios internacionales, se han transportado remesas de mercaderías prohibidas a Europa.
De esta suerte, brota evidente que nadie debería estar más interesado por una revelación completa, inequívoca y verosímil del lamentable caso que el Gobierno que ha causado ya hondísimo daño al prestigio internacional del Ecuador.