Las redes sociales sin duda han transformado la comunicación entre las personas. Desde la aparición del Internet y la proliferación de plataformas sociales, las relaciones humanas han dado un vuelco importante: por un lado la tecnología acerca a los que están lejos, pero por otro, provoca distanciamiento con los que están cerca.
Entre los beneficios evidentes de las redes sociales están el acceso inmediato a la información, noticias, diversión, conocimiento, entretenimiento, ocio, etc. También puede contarse entre sus bondades el espacio que hoy se brinda a la gente para expresar sus ideas, espacio que antes casi no existía o que era muy limitado, aunque esto al parecer ha resultado un peso excesivo para muchos, entre ellos, por ejemplo, el notable escritor Umberto Eco que al respecto ha dicho: “Las redes sociales le dan el derecho de hablar a legiones de idiotas que primero hablaban sólo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad.
Ellos rápidamente eran silenciados, pero ahora tienen el mismo derecho a hablar que un premio Nobel. Es la invasión de los imbéciles”.
Quizá Eco podría tener algo de razón, pero evidentemente todo depende a quién se lea, se siga o se escuche, y todo depende también si quien accede a las redes está dispuesto a leer necedades, o si se prefiere abordar en ellas temas más interesantes.
En todo caso lo que también han traído consigo las redes sociales es la visibilización pronta y oportuna de la miseria que envuelve al ser humano. Hace pocos días la familia de unos colegas de profesión, abogados prestigiosos de la ciudad, sufrió un grave accidente de tránsito con consecuencias fatales para ellos y para otra familia involucrada en el hecho.
De inmediato la tragedia se divulgó en las redes sociales, en algunos casos para solidarizarse con ellos, y en otros, aunque resulte increíble, para aprovecharse de la desgracia ajena. Allí saltaron varios miserables, politiqueros muchos y metiches sin oficio otros, asquerosos todos ellos, para utilizar el drama de forma política por la vinculación de algún miembro de aquella familia con el actual Gobierno.
Y así como hay canallas que se aprovechan de la tragedia de otros para hacerse notar, también están aquellos que pretenden ser invisibles y para ello se ocultan en identidades falsas con el fin de hostigar, injuriar, perseguir o acorralar opositores y contradictores.
Ellos también forman parte de la miseria de las redes sociales, pero lo hacen normalmente como subalternos asalariados que por su nivel intelectual no han podido conseguir otro cargo que no sea el de miembro innominado de una recua cualquiera de trolls.
Este tipo de actuaciones cargadas de sevicia, perversión y estupidez solo merecen ser repudiadas. La culpa no la tienen las redes sociales, por supuesto, sino los usuarios que le dan su valioso tiempo, por escaso que sea, a quienes utilizan las redes para ventilar en sociedadsus propios complejos y sus enormes carencias.