Parece que aún es posible preguntar, y que las preguntas, al parecer, aún no adquieren la categoría de pecado político. Y pregunto: ¿Cómo es posible que el país con las mayores reservas petroleras y altísimas exportaciones de crudo enfrente tan dramático empobrecimiento? ¿Cómo se explica que, en ese país, la agricultura, la ganadería, la industria, los servicios hayan llegado a tan dramática situación? ¿Cuál es la causa de los estantes vacíos, de las colas para comprar leche, y de que, burlescamente, el papel higiénico se haya convertido en producto insignia de la escasez? ¿Que me expliquen, si hay explicación, cómo se llega a la pulverización del poder adquisitivo de la moneda, al mercado negro? Y otras preguntas: ¿Cuáles son las razones para que, pese todo el aparato militar, policial y represivo que ha repuntado en los tiempos de la revolución, las ciudades de ese país registren tan altos índices de crímenes y tanta inseguridad? ¿Será todo responsabilidad del “fascismo” de la oposición, de las fantasmales conspiraciones del Imperio, de la acción de la prensa, de la desinformación sistemática de los medios? ¿Tendrá alguna responsabilidad el gobierno revolucionario, o será, como en el caso de otro país de retórica libertaria y de represiones concretas, como Cuba, problema de algún bloqueo, de algún espíritu del mal, de alguna maldición del capitalismo? Por lo visto, no ha sido auspiciosa la entrada en escena del socialismo del Siglo XXI en este mundo globalizado, en esta “sociedad líquida”, en este mundo de la información, en este tiempo de plenitud de la clase media juvenil que, enlazada en la red, conoce la noticia en tiempo real, cuestiona y participa, toma fotografías y difunde marchas, represiones y disparos. ¿O será todo imaginación? ¿O será todo conspiración? ¿O será que la tesis no funciona? Me duele ver a Bolívar, a su nombre, a su recuerdo, a su palabra, enredados en una retórica insustancial, repetitiva, empobrecedora, transformado en el ícono de una ideología que no le perteneció jamás, que no fue la suya. Me asombra la capacidad de destrucción de las instituciones y de la historia que puede tener la política contemporánea. Me asombra que haya sido posible la Venezuela chavista, con la capacidad de erosión de las ilusiones, de los proyectos personales, de la vida libre y tranquila a la que aspira el más modesto ciudadano de Caracas o del mundo. Me asombra que, en este tiempo, estemos hablando de esto.
Pienso que incluso la democracia plebiscitaria tiene límites en los derechos humanos, en las libertades, en las garantías fundamentales. Pienso que ni la revolución, ni la ideología, ni la nación, nada justifica las represiones que vemos. Nada justifica lo que pasa en Venezuela. Nada justifica el silencio.