Marco Antonio Rodríguez

Minimalismo y moda

El minimalismo se ubica en territorio y tiempo fijos: Estados Unidos y países anglosajones, mediados los 60 e inicios de los 70 del siglo XX. Economizar los medios fija su esencia. ¿Despojo de la belleza per se en el sentido unívoco, como le han endilgado algunos críticos; “arte frío” o “deshumanizador”? El arte es aquella armonía que agita lo más íntimo del ser humano, concepto que abraza propuestas tradicionales o las que aparecen en el tiempo.

El minimalismo tuvo prosélitos y detractores. Hubo quienes lo impugnaron por confundir “innovación con extravagancia”. Varios exponentes concibieron la idea como una máquina de hacer arte, desbrozando el universo del conceptualismo. En cualquier caso, el minimalismo dejó su impronta pese a su estética “extraña”.

“Menos=más”: la noción cardinal del minimalismo, se trasladó a la moda. Moda: columna vertebral de la sociedad de consumo. “Lujo de herederos y escaladores sociales”. La doctrina hedonista, que pregona el consumo, deviene en elementos que sirven para acentuar las diferencias sociales. Su fugacidad se cimienta en la pugna simbólica de los estamentos económicos, y sus aberrantes novedades tienen el fin de relegar a las mayorías y resaltar a las esferas opulentas.

La voz yuppie (jóvenes ejecutivos) aparece en los 80 y colapsa el mismo decenio, pero aún existe. Los yuppies impusieron la moda en los 80 y 90. Destacar, lucirse, obnubilar. Autos de alta gama, trajes de marca, clubes exclusivos, casas de varios niveles.

En nuestra hora, en cambio, cultivan con ahínco el minimalismo, conociéndolo o no: departamentos tipo estudio, prefieren los nuevos hoteles cápsula (“habitaciones-nichos” para una sola persona).

Charles Taylor sustenta que los yuppies de hoy “son reacios a vestirse con ropa formal, usar coches de lujo y rehúsan el amor porque pierden tiempo. Su adicción al trabajo es preocupante”, concluye.

La historia y sus paradojas.

“¡Oh Bartleby! ¡Oh humanidad!”, clamó Herman Melville en 1850.

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