‘Yo no sé si la equidad de género mejora la democracia, lo que sí es seguro es que ha mejorado la farra impresionantemente, ha mejorado el buen vivir porque se armó una farra”…“¡Qué asambleístas que tenemos! Guapísimas, ¿ah? ¡Eh, Corcho!, hay que aumentarles el sueldo, ¿eh?, porque no tuvieron plata para comprar suficiente tela y todas con minifaldas, Dios mío”…“Me contaron, unas piernas y unas minifaldas impresionantes, guapísimas las asambleístas”.
Imaginemos por un momento que estas frases no las hubiera dicho en su último enlace sabatino del 2011 Rafael Correa sino, por ejemplo, Lucio Gutiérrez, aunque la verdad es que es imposible dejar de pensar en Abdalá Bucaram, a quien no solo le gustaba la farra, sino que en sus tiempos de Intendente de Guayas también se vio enredado en algún tema de dobladillos.
Hasta el momento de escribir esta nota, no ha habido una retractación del Mandatario. Tampoco del círculo del poder, incluidas las numerosas funcionarias y las asambleístas aludidas. Y no se ha sabido que desde el entorno familiar -de ese mismo que según Correa vino la motivación para enjuiciar a Emilio Palacio y a El Universo y limpiar el honor supuestamente ofendido- haya habido alguna observación.
Nada más protestas, como la de un grupo de organizaciones de mujeres que, con el respaldo de cuatro asambleístas de oposición, pidieron una rectificación. No hay que usar mucho la imaginación para suponer cuán activas habrían estado las hoy silenciosas organizaciones de derechos humanos y de mujeres si los exabruptos habrían venido de alguien menos gracioso y menos poderoso.
Se entiende el ánimo de farra cuando cumple cinco años con todos los hilos del poder en las manos, incluido el extraviado poder ciudadano. Esa es quizás una buena razón para declarar, sin medir las posibles consecuencias para el país (no para el Presidente y su movimiento), la hermandad con Irán, dejando de lado cualquier consideración geopolítica y poniendo al país en una esfera ajena a sus valores democráticos.
Si, como se argumenta, la razón de fondo es expandir el comercio bilateral, no se entiende por qué este se mide aún en apenas cientos de miles de dólares. Esa misma irracionalidad ideológica permite explicarse que hoy sea bueno depender de la economía china, en peores condiciones que la criticada dependencia de la economía estadounidense.
¿Qué pasó en estos años? El proyecto que se vendió como participativo se volvió un proyecto personal, donde todo está permitido, con la venia social. Lo dicen también quienes hoy están afuera del Gobierno y miran perplejos que los verdaderos operadores del poder antes estuvieron ligados a causas políticas muy distintas y que, como el Secretario Jurídico de la Presidencia, no tienen empacho en reunirse públicamente con el Presidente de la Corte Constitucional.
¡Que vivan la revolución, la farra y las minifaldas!