“Sensación de vacío”, “Se nos fue la identidad”, “Al ver el nuevo mapa, nos vimos chiquitos”, fueron algunos de los sentimientos expresados por varias generaciones de adultos que vivimos la suscripción de la paz con el Perú, hace 20 años, octubre de 1998. En un artículo publicado en la Revista de Historia Procesos N. 15, luego de la firma de la paz, el autor de esta columna señalaba que: “con matices diferentes, la historia territorial fundamentó la constitución e identidad nacional de los estados y pueblos de Ecuador y Perú.”
En efecto, desde los 1940, luego del enfrentamiento militar y de la firma del Protocolo de Río de Janeiro, los ecuatorianos y peruanos de varias generaciones, fuimos formados, cada cual, en nuestras respectivas escuelas y colegios, a través de un relato histórico nacionalista extremo, para afrontar la inminente guerra que debía venir de un litigio no resuelto.
El instrumento más eficaz para este fin fueron los textos escolares en los que se vaciaron versiones radicalmente opuestas y maniqueas de la historia: Así en los textos peruanos, al hablar de la historia aborigen, cuando se menciona a Atahualpa, considerado “héroe” por el Ecuador, se lo califica negativamente: “tenido en una concubina, nacido en el Cuzco y no en Quito… en ningún momento fue coronado Inca del imperio. Fue un usurpador que cometió el delito de ordenar la muerte de su hermano y atentar contra la unidad del imperio en momentos en que la patria era invadida por los extranjeros…”.
En los textos ecuatorianos, se ecuatorianizaba a los incas. “Huayna Capac que nació en Tomebamba”, actual Ecuador, estableció lazos sentimentales con estas tierras. Por su voluntad “Quito fue convertida en ciudad imperial”, ya que era la “ciudad de sus amores”… Esta ciudad debía desde ahora convertirse en “cabeza del imperio”, para que el Cuzco siga siendo el “corazón”. Por esto… Huayna Capac dividió su imperio en dos partes: la una para que lo gobierne Atahualpa, inteligente y “osado” y la otra para que lo dirija Huascar, “inepto”. Mas tal decisión, precipitó una guerra civil que llevó al imperio a su bancarrota”. “Los ejércitos quiteños al mando de Atahualpa vencieron a los peruanos llegando al Cuzco”, con lo que, este gran líder, “símbolo de la nacionalidad ecuatoriana”, demostró, algo que para la época parecía ser imposible, que “podían ser vencidos los hijos del sol”.
Este uso maniqueo de historia de parte de Perú y Ecuador se desvaneció en 1998 con la firma de la paz. Pero nos “quedamos huérfanos”. Y desde esa fecha estamos en búsqueda de nuevos referentes del pasado que deberían inspirar versiones críticas de la historia para crear renovadas identidades y fundamentar un futuro de unidad latinoamericana para enfrentar la globalización y el desarrollo sustentable, entre otros desafíos.