En el 2015, Julia Andrade (nombre ficticio), profesora de una escuela ubicada en uno de los barrios más peligrosos de la ciudad, decidió impulsar una experiencia pedagógica arriesgada e innovadora. Sus alumnos de sexto año de educación básica, pobres y con alguno de sus padres en la cárcel, no aprendían. Su comportamiento en clase era disperso, desganado y muy violento.
La directora del establecimiento y muchos de los profesores, frente a chicos tan “problemáticos” habían “tirado la toalla”. Ante la violencia, pues aplicar más violencia. “Muchos (colegas) me decían que actúe con fuerza, es decir sacando del aula a unos, castigando a otros. Pero me considero docente que pretende dar el salto de esas formas de actuación a otras en donde el acompañamiento, el diálogo, sean los métodos utilizados.”, dice Julia.
En vez de cruzarse de brazos o de seguir los consejos de sus compañeras, la maestra Julia decidió tomar otro rumbo para revertir las malas condiciones de enseñanza. Hizo un diagnóstico, buscó asesoramiento en el proyecto Navegar y planteó una metodología para lograr que sus alumnos se motiven, establezcan otro tipo de relación entre ellos, con sus profesores, con sus familias y sobre todo con el aprendizaje. “Reconocimos que los estudiantes no valoran lo que aprenden. Para ellos…, esos conocimientos que les enseñamos no tienen mayor utilidad y por tanto no los perciben como importantes. Pero concluimos que cualquier persona aprende con gusto aquello que sabe que le servirá”. Y ese fue el descubrimiento y el camino: enseñar para que los chicos encuentren su proyecto de vida.
Pero la propuesta se topaba con la rígida institucionalidad de un Ministerio de Educación que había implantado un modelo vertical y estandarizado. Con mucha dificultad pudo abrir en su escuela y en su aula un espacio dentro de tiempos, planificaciones, pruebas, de un currículo oficial que debía cumplirse a raja tabla. Duplicando su trabajo, hizo uso de un método a través de las Tics, de computadoras “viejitas” y prestadas por Navegar. Trabajó dos años con sus alumnos y familias, obteniendo progresivamente resultados asombrosos y positivos, de estudiantes que mejoraron sus aprendizajes, sus comportamientos y su perspectiva de la vida. Lamentablemente, como el proyecto se salía del “orden” fue suspendido.
El correato creó un modelo educativo autoritario, todavía vigente, que intentó fulminar la creatividad e innovación, sin embargo se topó con docentes y escuelas que lo enfrentaron con valentía y creatividad desde la pedagogía. Surgieron muchas Julias, que no pueden exponer su nombre públicamente para no ser sancionadas, pero su acción y vocación, debería inspirar un movimiento pedagógico y apuntalar el cambio pendiente.