Los ciudadanos comunes y silvestres vivimos en casas de cristal y estamos a la vista de todos, especialmente de las autoridades; saben de qué somos propietarios y cómo vivimos, en qué trabajamos y dónde pasamos vacaciones. Quienes conocen mejor lo que tenemos son nuestros acreedores y los cobradores de impuestos.
Los millonarios, en cambio, viven en mundos diferentes. Ellos tienen suficiente dinero para pagarse privacidad, sigilo bancario, empresas pantalla, abogados y asesores financieros. Esta es una de las revelaciones de los ‘Panama papers’, documentos que llegaron de manera reservada al diario alemán Süddeutsche Zeitung y compartidos con el Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación, la BBC, The Guardian y otros medios.
Esos documentos han echado un fogonazo de transparencia que nos ha permitido ver el mundo paralelo de los millonarios y los mecanismos que utilizan para esconder su dinero, evadir impuestos y hacer negocios sin que nadie se entere de las ganancias que hacen.
Gracias a estos documentos aparecieron las cuentas en paraísos fiscales de importantes figuras de la política, del deporte, la cultura y los negocios. Hemos conocido dónde está y quién es el propietario de una obra de arte famosa desaparecida hace tiempo y cómo inflaron los precios de las obras maestras para guardar fortunas.
Nos hemos enterado del uso de empresas pantalla para abrir cuentas bancarias, cobrar comisiones, blanquear dinero, proteger propiedades y evadir impuestos. También se utiliza para proteger el patrimonio de expropiaciones, de la hiperinflación o de la rendición de cuentas cuando hay cambios de gobierno.
Panamá es solo uno de los paraísos fiscales que ofrecen el anonimato y Mossack Fonseca es solo una de las firmas de abogados que prestan servicios especializados para esconder la riqueza.
Por supuesto, no es delito abrir una cuenta en Panamá, formar parte o ser el dueño de una empresa offshore, siempre que sea lícito el origen del dinero, legales las actividades que realizan y se declaren los impuestos correctamente.
Los documentos de Panamá muestran que no hay transparencia suficiente para distinguir el dinero legal del dinero sucio, que los organismos de control son incapaces de desenmarañar los sofisticados mecanismos de ocultamiento del dinero; muestran en definitiva el cinismo y la ilimitada codicia de una élite millonaria que vive en ese mundo paralelo.
Una última reflexión sobre los documentos de Panamá se refiere a la prensa y, particularmente, al periodismo de investigación y su papel en el combate a la corrupción. Ahora se ve claro por qué la prensa debe controlar a los gobiernos y no los gobiernos a la prensa. Pagamos jueces, fiscales, policía y organismos de control pero son la prensa independiente y el héroe anónimo que filtró los documentos quienes han desnudado la corrupción.
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