La ciudadanía universal ha durado solamente hasta la llegada de los ciudadanos universales. La libre movilidad ha llegado hasta ahí, hasta donde se ha puesto una muralla. Con la ciudadanía universal y la libre movilidad ha pasado que suenan bonito y que son letra muerta, al igual que muchas otras normas y principios del país.
Impotencia. Dolor. Grima. Unas pocas muestras solidarias. Y la triste sensación de que la indiferencia puede más que la adhesión a las causas justas, en un país que se dice de manos abiertas y que resulta ser de puertas cerradas.
Al menos desde hace un año el Comité de Derechos Humanos de Orellana llamaba la atención a las autoridades –sin mucho eco- acerca de una nueva vía migratoria por la que entraban personas de Cuba, Haití, Senegal, Congo: desde Guyana hasta la selva ecuatoriana. Una ruta que parece digna de novela épica y que incluye viajes nocturnos, pasos por plena selva, gente retenida por la guerrilla o los paramilitares, detenciones arbitrarias en las fronteras, extorsión, robo de pertenencias, noches en vela, días enteros de hambre y sed.
Esta semana hemos sido testigos impávidos de varios derechos violados, de gente ultrajada, tratada como si fuera nada, de jueces trasnochados que deliberan en las madrugadas, en secreto, a hurtadillas; de desalojos, cercos policiales, dificultades de los abogados para conversar con sus defendidos; gente retenida, custodiada por “robocops” que intimidan; traslados a las tres de la mañana evitando que la historia salga en la prensa; un hotel que parece cárcel; vigilias y llantos desesperados de mujeres, niños asustados, familias separadas y, finalmente, negación de hábeas corpus y expulsiones colectivas.
Las autoridades han dicho, sin ningún rubor, que todas esas arbitrariedades han sido “por el bien de los migrantes y respetando sus derechos”. Ni la migración es un delito ni la deportación significa acabar con las mafias que tratan con personas que huyen de sus países y arriesgan su vida en busca de un futuro porque donde están, no lo tienen.
Con dolor e indignación hemos podido ver también los prejuicios, la incapacidad de dar la mano al necesitado, el pan al hambriento. La dificultad de vernos en el espejo del otro. Hemos oído argumentos del todo desatinados, racistas y descalificadores, frente a los cubanos, a quienes se acusa de “entrar por la ventana”, que muestran que el país no ha aprendido nada de su propia inmigración, tan dolorosa también.
Dicen que en el pecado está la penitencia, que en el crimen está el castigo. Que los rostros de desesperación de quienes ahora han sido afectados y vulnerados en sus derechos, no dejen dormir en paz a quienes han convertido en verdugos, a las víctimas de un trato infame, desproporcionado y cruel.