El espejo de feria trastoca la realidad, la alarga, la agranda, la engorda, la deforma. La campaña parece estar haciendo lo mismo, al punto de convertir al ciudadano en personaje de un laberinto del que difícilmente puede encontrar la salida. Todo aparece distorsionado, como si Ecuador se viera frente al espejo de feria: la que se dice izquierda es derecha, conservadora y mojigata; y la que parece diestra, suma zurdos. Nada es lo que parece. Nada es lo que dicen que es. Nada es como lo pintan.
En el espejo de feria se crucifica a una candidata de la izquierda democrática con el argumento de que un familiar suyo ha tenido contratos con el Estado. ¿Y? ¿Qué delito es ese? Ninguno. Son centenares de gentes las que tienen contratos con el Estado. Y eso no es ilícito. Lo que es ilegal es dar y recibir sobornos y coimas y meterse al bolsillo hasta el 30% de comisiones por el valor de cada contrato con el Estado. Y aquellos –o algunos de ellos- no están. Luego de haberse llenado los bolsillos, pontifican desde fuera del país y dan lecciones de moral y buenas costumbres.
Los servidores públicos, vistos frente al espejo de feria, son de propiedad del partido de gobierno: deben hacer campaña para no perder sus puestos de trabajo. Es más, deben dejar de trabajar en su cometido para dedicarse a hacer campaña. De acuerdo a esa lógica, todos los maestros, médicos, economistas, abogados, contadores, guardias, choferes, cajeros, directores de departamentos, gentes de limpieza, etcétera, es decir, cualquiera que tengan algún puesto en el Estado, debe ser militante y no les es posible tener su propio criterio, ni su propia filiación política. ¿Cómo así? No se entiende. Solo debieran hacer bien su trabajo, que por eso cobran y para eso participaron en concursos públicos llamados de “méritos y oposición” en los que no se pregunta la filiación política… ¿o sí?.
Frente al espejo de feria, la oposición es violenta y el oficialismo tiene aureola de santidad. De acuerdo a ese espejo de feria todos dialogan en paz. De acuerdo a ese espejo de feria cada uno ve la paja en el ojo ajeno y no ve la viga en el suyo propio.
Ese espejo que lo deforma todo, que alarga o achica, que engorda o adelgaza, es ahora la política nacional.
Aquel que critica a los banqueros ofrece… ¡bancos! Aquel que pide democracia acude ¡a los cuarteles! Aquellos que hablan de misiones de ternura piden a sus devotos que lancen latas de atún al prójimo.
En ese espejo de feria el ciudadano debe luchar contra el aparato del Estado en lugar de sentirse amparado por él.
El espejo de feria parece romperse en dos de tanto estirarse.
Recoger los pedazos y rearmar el país será el legado para el futuro.