Escudriñar a todos los funcionarios de la década anterior parece ser la consigna. Encender sus rabos de paja como quien enciende la mecha de la dinamita para que explote. Hurgar en sus cajones, en sus cuentas y en las de sus familiares, amigos y conocidos, hasta no dejar títere con cabeza. Sacar todos los trapos sucios, de esos que se lavan en casa, y ventilarlos públicamente. Destrozarlos. Hacerlos añicos. Vengarse de ellos, cobrarse los desagravios y los abusos. Hablar, luego de haber tenido la boca cerrada diez años, para cuidar los puestos, como si cantar ahora les eximiera de sus propias cuitas, de la complicidad de sus actos bochornosos y de su cobardía. Ponerlos contra las cuerdas, en el pabellón de fusilamiento, hasta que canten sus trapacerías. Instalar el gusano de la desconfianza en cada uno de ellos para enterrarlos políticamente.
Pero el problema es que la corrupción hizo metástasis y se instaló en quienes ostentan el poder y en quienes tienen el dinero. Y ese asunto no se arregla con venganzas ni tampoco con calumnias o inquinas, rencores personales o denuncias tardías provenientes de intereses particulares. No. El tema de la corrupción pasa por la educación. Constará más de un funcionario preso o acusado. Implica cambios estructurales y no parece que estemos ahora en esa línea. Al contrario, parece que el país se ha instalado en esa agenda de escándalo semanal que durará hasta el fin de los tiempos. Un escándalo que tapa a otro y a otro y a otro, hasta el infinito. ¡Y aún no empieza la campaña electoral!
La consigna tiene sus efectos mediáticos y algunas consecuencias políticas pero no tiene consecuencias estructurales: empresarios corruptos siguen actuando a nivel local y nacional para conseguir contratos; alcaldes de las más recónditas poblaciones también cobraban diezmos y ahora, en tiempos de campaña, lo harán con más razón; corruptelas grandes y chiquitas, extorsiones, chantajes, traiciones y delaciones que parecen indicar que la política opera de la misma manera que operan las mafias. Se toman decisiones como si se tratara de ajuste de cuentas.
La consigna puede volverse también cortina de humo. Mientras se desacreditan unos a otros, se graban, investigan y se entierran, el país no camina. La economía no camina. El modelo no cambia ni se mueve: más petróleo y más deuda, más extractivismo, más dependencia y una crisis profunda.
La oposición al correísmo (y también los aliados del morenismo) se acomoda en su cómoda poltrona. Mientras, los acusados de corruptelas se convierten en víctimas de las infamias, perseguidos políticos, mártires. No tardarán en reaparecer, con caras lánguidas, en la escena política electoral porque el pueblo, que no sabe de vendettas ni de matufiadas, volverá a votar por ellos con el argumento de que todo tiempo pasado fue mejor.