El pasado 1 de octubre se acaban de cumplir 73 años de la fundación de la República Popular de China. Tras una guerra civil interna, las fuerzas lideradas por Mao Zedong se impusieron en 1949 a las del ejército del antiguo régimen (luego refugiadas en Taiwán), proclamando así la creación de la nueva república.
Con la instauración de un régimen vertical y férreo se puso fin a décadas de conflictos y guerras internas. La llegada al poder de Mao y de los miembros del Partido Comunista tuvieron también la ardua tarea de reconstruir un país devastado y de restablecer el orden.
Las políticas radicales en los primeros años de la República provocaron momentos de crisis. Los intentos de implantar una economía planificada y el modelo soviético en China fueron un fracaso. Los errores cometidos, sumado a los desastres naturales, sequías e inundaciones en 1958, desencadenaron la caída de la producción agrícola y una gran hambruna. Cerca de 30 millones de chinos murieron de 1958 a 1962.
Todo esto cambió a partir de las reformas implementadas por Deng Xiaoping a partir de 1978. En la década de los ochenta, China comienza a tener un inusitado crecimiento económico, el cual se ha mantenido en un promedio del 9% anual, el más alto de un país en la historia reciente.
Aprendiendo de los modelos de desarrollo económico aplicados en Japón y de Corea del Sur, China en un tiempo relativamente corto se convirtió en la fábrica del mundo. El aumento de la productividad y la acumulación de capital han sido claves.
Del mismo modo, China ha experimentado una dramática reducción de la pobreza desde 1978. Según el Banco Mundial (2015) apenas el 1% de su población vive con menos de $1,90 por día. Las brechas en otros indicadores sociales también han mejorado, así como los estándares de vida de un mayor número de personas.
Pese a que todavía se deben hacer mayores esfuerzos para mejorar el sistema político, China camina para convertirse en la gran potencia durante este siglo XXI. El milagro chino. Un caso para analizar y observar.