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Lo mejor de la política debe ser probar las mieles del poder y lo peor retornar a la condición de simple ciudadano, perder las mieles después de haberse vuelto adictos a ella. No me refiero a las mieles de las que habla el mexicano Alejandro Sánchez en sus historias de sexo y política, sino al simple gusto de mandar o compartir el mando porque las mieles del poder disfrutan los mandatarios y caudillos y la saborea esa legión de consejeros, asesores, colaboradores y allegados que rodea al dueño del poder.
Los consejeros políticos son, en parte, responsables de los aciertos y errores del gobierno, a veces afectan al país por salvar al gobierno, otras veces ayudan a poner fin al gobierno para salvar al país. Ejemplos de ambos casos hemos vivido esta semana.
El trágico episodio del crimen de Ibarra merecía un análisis detenido de la crisis que la institución policial arrastra desde el 30S, de la baja moral del policía desarmado o mal entrenado en el uso de las armas, de la penuria y soledad de los policías que han hecho mal uso de la fuerza, de la erosión de la disciplina y de la jerarquía; también de la cultura machista y hasta de la locura del femicida. Era un tema muy complejo.
El comunicado oficial, probablemente redactado por algún consejero político, le hizo un daño enorme al Presidente y al país, transformó el caso de delincuencia en un episodio de xenofobia con proyecciones internacionales. Las aclaraciones y explicaciones resultaron más desventuradas porque confirmaron la exigencia de documentos con el pasado judicial apostillado a ciudadanos que huyen de una dictadura.
La equivocada reacción tuvo repercusión internacional porque le dio oportunidad al expresidente para denigrar al gobierno ecuatoriano y a los acorralados dictadores de Venezuela para presentarse como defensores de sus víctimas.
El otro caso se presenta en Venezuela, donde la posibilidad de solución puede estar en manos de esa legión de allegados de la dictadura que disfruta de las mieles del poder. La designación de un presidente interino por parte de la Asamblea Nacional, que es el único poder que cuenta con legitimidad, podría ser la solución si todas las naciones democráticas reconocen al gobierno de transición y apoyan el retorno a la democracia plena mediante la realización de elecciones libres y transparentes.
La hora de Maduro parece haber llegado. Es una buena señal que no se haya atrevido a ordenar la prisión del presidente Guaidó como hizo con todos los líderes de oposición. Es posible que Maduro acepte la salida que se le ofrece, aunque no se puede descartar que intente una salida desesperada como entregarse en brazos de Rusia. La cúpula militar decidirá en las próximas horas si se mantiene fiel a Maduro corriendo el riesgo de responder en el futuro por crímenes de lesa humanidad, narcotráfico y corrupción, o se acoge a la oferta aprobada de amnistía. Todos los que disfrutan en Venezuela de las mieles del poder deben decidir por el gobierno o por el país.