El miedo es natural en situaciones de alto peligro. Lo importante es dominarlo. De lo contrario el miedo gobierna a las personas.
Lo anterior, a propósito de la inmovilidad del Gobierno frente a los acontecimientos políticos y económicos que azotan a la nación. Toda la fortaleza y decisión que demostró Moreno al principio de su administración, cuando realizó la reforma política que cambió a un Ecuador dominado por el autoritarismo, el derroche y la corrupción, se esfumó cuando era necesaria la reforma económica. Los tímidos intentos se desbarataron con los acontecimientos de octubre, en los que dio lástima ver a un presidente alicaído y asustado, rehén de plumas y lanzas.
Es conocida la gravísima situación de la economía, que ha llegado a niveles inéditos por el brutal impacto del coronavirus. Y es claro que de ella no será posible salir sin que: primero, haya conciencia de su magnitud por parte de todos los ciudadanos y especialmente los poderes públicos; y, segundo, el jefe de Estado asuma el liderazgo indispensable para dirigir al país en época de convulsiones, supere el miedo que le produjeron los salvajismos de octubre, y cumpla con el papel que demandan las circunstancias. Los recelos, las indecisiones, las luchas intestinas y la timidez, no tienen cabida en la acción de Gobierno. La descripción descarnada de la realidad y el llamado al esfuerzo y sacrificio de todos, como única manera de superarla, han de ser la constante en los discursos oficiales, en lugar de los mensajes vacíos y melosos.
Un solo ejemplo ilustra los excesos del gasto público: En 2007 el IESS tenía 10.134 empleados. En 2018 llegaron a 38.650. Los gobiernos de Correa y Moreno son responsables de este desastre. Esta torpeza e irresponsabilidad hay que cortarla hoy para preservar la continuidad del Seguro Social. Y, mutatis mutandi, habrá que proceder de igual manera en todos los organismos públicos.
El proyecto de Ley Humanitaria que tramita la Asamblea, es totalmente insuficiente frente a la crisis. Más allá de las distorsiones que ella producirá, apunta exclusivamente a crear impuestos por apenas 9 meses para aliviar la situación de los sectores más afectados. Pero deja intacto el problema de fondo. ¿No se atreve a adoptar las reformas necesarias por miedo a las reacciones? Si su único objetivo es “patear” los problemas para que el gobierno que asumirá el poder de aquí a un año los afronte y los resuelva, no está cumpliendo con su deber fundamental. Los cambios de fondo son conocidos. No son fáciles, no son populares, tendrán muchos detractores, habrá intentos de desestabilización, pero los gobernantes no están para lo fácil ni para lo popular. Están para lo que las realidades exigen. He allí la diferencia entre el populista, el engañador y el estadista. Cada gobernante elige en donde ubicarse.