La lucha del Gobierno contra la prensa avanza sin pausa. No dejan cabos sueltos en la estrategia de disuasión y control de la información y criterio editorial de los medios de comunicación. Para cumplir con su propósito avanzan en paralelo tres iniciativas que implicarán, en el cortísimo plazo, el avance irrefrenable del proyecto de control de la opinión y cuya batalla final estaría a punto de llegar cuando el oficialismo apruebe el nuevo código penal y su Ley de Comunicación.
La primera ya se concretó a través de una disposición en la ley de competencia aprobada en la Asamblea que limitó la propiedad de los accionistas de los medios de comunicación. Con ello se concentrará mucho más la propiedad de los medios privados en manos de unos pocos accionistas, resultado bastante distante del que se pretendía cuando se hablaba de “democratizar” los medios de información.
Pero junto con el tema de la propiedad vendrá también el control de contenidos. Hasta fin de año con la Ley de Comunicación y nuevo código penal, aprobados, el Gobierno tendrá un dominio total de los contenidos, y habrá avanzado con suficiente carga disuasiva contra ciudadanos que se atrevan a faltar al respeto a la autoridad, aunque se escude en la eliminación del desacato.
Si para enjuiciar a Palacio y al El Universo el Gobierno no necesitó de su poderosa Ley de Comunicación, imagínense el tenebroso escenario cuando funcione la artillería más pesada preparada para controlar los “excesos” de la prensa.
Pero a medida que el plan avanza, y el Régimen muestra sus primeras cabezas de turco como trofeo de batalla, el silencio y pasividad de muchos son sus grandes aliados. Ya sea porque eligen deliberadamente callar, o porque simplemente se sienten derrotados ante el avasallamiento comunicacional de un gobierno que, contra su prédica, ha matado el espíritu ciudadano. Columnistas de todos los periódicos que cada día preferimos la comodidad del que calla que la incertidumbre del que llama a las cosas por su nombre en las circunstancias actuales.
Callar por temor de las represalias en contra nuestro o de nuestras familias, del oprobio o de la sistemática persecución de nuestra opinión por parte de la omnipresente maquinaria gubernamental que puebla los comentarios en las páginas web de los periódicos, el Twitter y otros foros virtuales.
Así el Gobierno, por el momento, puede cantar victoria. Ni siquiera ha necesitado de su endeble mayoría para aprobar sus proyectos insignia de control, para sentir los efectos de su ofensiva. Por eso es que cínicamente celebran que luego del vergonzoso juicio a Palacio, han cesado los insultos y ha triunfado la libertad de expresión. Más real sería decir –como dice el adagio popular– que lo único libre hoy es el miedo.