Si ustedes pertenecen a la clase media (con la que parece quieren acabar) saben de lo que estoy hablando. Seguro también han protagonizado una escena muy parecida a la siguiente: acaban de regresar de vacaciones o de un viaje de trabajo en el extranjero, llega el estado de cuenta de la tarjeta, abren el sobre y de repente se encuentran con un acápite inesperado que lleva por título ‘impuesto por salida de divisas’. “!¿Qué?!”, suele ser la expresión que sigue al descubrimiento (aunque también hay otras más coloridas e impublicables). Y no es que no sepamos quién se está quedando con nuestra plata, sino que no sabemos qué hacen con ella. ¿O ustedes sí saben?
Aclaro -porque ya me han acusado antes de estar en contra del pago de impuestos- que no tengo nada en contra de tan civilizada forma de sostener la convivencia en sociedad: cada uno aporta en la medida de sus posibilidades a la provisión de servicios que benefician a todos. ¿Alguien en su sano juicio se puede oponer?
Prosigo. Lo que no me está quedando tan claro ni me hace muy feliz es que yo no me beneficie de esos impuestos, que impajaritablemente, mes a mes, el SRI se encarga de retener y guardar en sus arcas. ¿O será que a ustedes esos impuestos sí se les revierten en forma de atención médica de calidad (sin que tengan que pagar un seguro privado, además del descuento obligatorio que nos hace el IESS)? ¿Talvez sus hijos sí se pueden educar en escuelas y colegios públicos, cuya excelencia académica asegure su ingreso a las mejores universidades del país y el mundo?
Y si bien la cantidad retenida por el pago del impuesto a la salida de divisas en mi último estado de cuenta no fue realmente significativo (apenas unos pocos dólares gastados en el exterior en compras básicas, que acá saldrían por el doble o el triple), ciertamente sí fue molesto. Específicamente por un detalle: yo no sé qué están haciendo con esa plata que me retienen, a manera de castigo por no gastarla soberanamente dentro del país en productos chinos.
Como tampoco sé qué mismo hará el alcalde Barrera con el platal que recaudará a punta de peajes (porque de la idea de las tasas a la gasolina, que no eran tales, sino meros impuestos, ya desistió); y si eso va a asegurarme, ahora sí, que nunca más perderé una llanta por culpa de los cráteres que les nacen todos los días a las calles ‘asfaltadas’ de la capital. O si se reinvertirá en un sistema de transporte público eficiente, en el que el Alcalde también pueda trasladarse de un lado a otro.
Resumiendo: uno, sí creo en los impuestos, pero en los que se revierten en bienestar para toda la sociedad en lugar de convertirse en propaganda; y dos, parafraseando a Vladimiro Álvarez, en su campaña del año 92, yo lo único que quiero saber es ¿dónde está mi plata? Que alguien del Gobierno se digne contestar.